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martes, 19 de julio de 2016

DESTINOS CRUZADOS (Capítulo 3)



Siempre había adorado verle dormir. Sentir su respiración acompasada conseguía proporcionarle a ella también la serenidad que precisaba. Lograba hacerle olvidar las oscuras preocupaciones que sobrevolaban su existencia, aunque en esta ocasión, algo le hacía creer que sus problemas no habían hecho más que empezar. Delineó con la yema de los dedos su mejilla, justo ahí donde nacía uno de los múltiples golpes que Raimundo había sufrido. Cada marca le dolía como si ella misma lo hubiese recibido, pues se sabía la causante de tamaña golpiza.

No pudo evitar estremecerse con cierto temor al imaginar a Raimundo enfrentándose a los soldados con tal de liberarla. Ambos podían haber perdido la vida por culpa de su temeridad. Quizá debió escuchar con más tino las recomendaciones de Mauricio. Algo francamente impensable para quien estaba acostumbrada a hacer su santa voluntad.

Y ahora ahí, entre sus brazos, apenas cubiertos por una manta y después de haberse amado con una pasión desenfrenada, todo parecía un mal sueño. Un espantoso recuerdo que podría parecer casi lejano, de no ser por las marcas que ambos portaban en su cuerpo. La fría sonrisa de Garrigues surgió ante ella, como en una neblina que le hizo estremecer. Por supuesto que ella no cedería un ápice frente a él, pero aquella sonrisa le resultaba tan dolorosamente familiar…

- Por tu semblante diría que no es en mí en quien estás pensando precisamente… -. Francisca tardó unos segundos en volver recuperar la compostura, algo que, por supuesto, no pasó desapercibido para él. - ¿Qué te inquieta, amor? -.

Ella le miró. - ¿Te parece poco lo ocurrido y lo que, seguramente, se nos venga encima? -, suspiró. - A pesar de haber sido liberada por ese hombre, no puedo evitar sentir cierta desconfianza. Su actitud me inquieta, y lo que es peor… me asusta -, reconoció.

Raimundo la estrechó entre sus brazos. - Creí que nada conseguía asustarte. Ni doblegarte -, besó su frente.

- Para todo siempre hay una primera vez… -, le respondió. Aunque aquella inquietud que sentía nacer en la boca del estómago, no era para nada desconocida.

- ¿Qué ocurre, Francisca? -, la tomó por el mentón, obligándola a mirarle. - Es como si algo hubiese ocurrido y que te niegas a contarme -.

Francisca bajó la mirada. Raimundo siempre había sabido leer en sus ojos, pero los presagios que surcaban sus pensamientos eran tan atroces, que se veía incapaz de compartirlos con él, pues aquello significaría que la amenaza que sentía pender sobre ella, tenía más de real de lo que desearía.

- Todavía no me has relatado cómo conseguiste librarte de las garras de ese maldito intendente -. Volvió a reposar su cabeza sobre el pecho salpicado de vello de Raimundo, mientras deslizaba las yemas de los dedos por su piel. Éste suspiró.

- Solo espero que en algún momento confíes en mí y puedas contarme qué pasa por esta cabecita… -, musitó a la vez que, con el dedo, le daba pequeños toquecitos cariñosos en la frente. Después prosiguió. - Y reconoce que apenas me has dejado pronunciar palabra desde que llegué… -, afirmó de manera sensual a la vez que atrapaba la mano que le acariciaba para poder mordisquearle los dedos. - Conste que no me estoy quejando… -.

Francisca alzó la mirada. - No seas grosero, por favor -, le reprendió con un ligero rubor en el rostro. - Te estoy hablando muy en serio -.

Raimundo la tomó por el mentón. - ¿Y tú? ¿Cómo lograste salir de allí? -. Francisca volvió a recostarse sobre él. - Con gusto le hubiera matado cuando te vi ensangrentada por culpa de esos indeseables -.

- Shhhh… -, quiso tranquilizarle ella, abrazándose a su cuerpo con fuerza. - Aquello ya pasó y es algo que debemos olvidar. Ambos -. Cerró los ojos con fuerza para tratar de borrar su angustia. - Tan solo puedo decirte que cuando recuperé la consciencia, aquel hombre estaba junto a mi cama, con una mirada que no supe descifrar y una disculpa en los labios -.

- ¿Se disculpó contigo? -, preguntó Raimundo con extrañeza. - ¿Y qué o quién se supone que le hizo cambiar de opinión? Su comportamiento cuando nos descubrió fue de todo menos amistoso. Nada hacía presagiar que se disculparía… Es más, conmigo y con el resto de paisanos se mostró altivo y soberbio, dejando evidencia de su superioridad y del poder que ejerce -.

- Prométeme que te mantendrás lo más alejado posible de él -, le rogó Francisca de pronto, buscando su mirada. El brillo de temor que él adivinó en sus ojos le inquietó sobremanera.

- ¿A qué temes, Francisca? ¿Qué más ha ocurrido entre ese hombre y tú? ¿Te amenazó? -. El silencio de ella solo logró aumentar su intranquilidad. - Respóndeme, ¡te lo ruego! -, le urgió.

- Prométemelo, Raimundo -, insistió ella tomando su rostro entre las manos. - Desconocemos todo acerca de ese hombre, es mejor ser cautelosos… investigaré entre mis conocidos, trataré de bucear en su pasado… pero hasta entonces, procura no cruzarte en su camino ni darle motivos para que vuelva a apresarte -. Raimundo exhaló un suspiro.

- Realmente te preocupa ese Garrigues  -, le dijo acariciando su mejilla. - Sé que hay algo más detrás de todo esto, Francisca, y no descansaré hasta que me lo cuentes. Pero de acuerdo, te prometo que me mantendré alejado de ese presuntuoso, a no ser que sea él quien se cruce en mi camino. En ese caso, no puedo prometerte nada -.

Francisca esbozó una leve sonrisa. - Con eso me basta de momento -, murmuró junto a sus labios. Tentándole como solo ella sabía hacerlo.

Raimundo sonrió también. - En cambio a mí, no me basta con esto…-, buscó su boca atrapándola con sus dientes. Mordisqueando con sensualidad hasta que logró que ella emitiese un jadeo.

Antes de que sus cuerpos despertasen de nuevo.

……..

Observó la posada desde la plaza. Por más que le pesase, debía procurarse un alojamiento. Iba a permanecer en ese pueblucho mucho más  tiempo de lo que hubiese deseado. Y aunque su posición le hacía merecedor de unos aposentos mucho más lujosos, debía conformarse con ese tugurio de mala muerte si no quería despertar suspicacias. Bastante ojeriza había despertado entre las gentes del pueblo al detener a todos los hombres de la comarca.

Un mal necesario, un precio a pagar por demostrar quién iba a mandar a partir de ahora. Se había terminado la condescendencia de ese inútil de alcalde, y por supuesto, las cacicadas de la Montenegro.

Aunque para ella tenía reservada una sorpresa. Pero eso sería más adelante. Cuando al fin hubiese recabado las pruebas necesarias para destruirla para siempre.

- ¿Qué hace aquí? -. Emilia se parapetó frente a él con los brazos cruzados. - ¿Acaso viene nuevamente a pisotearnos y a llevarse detenido a mi marido y mi cuñado? Sepa de antemano que no lo pienso consentir -.

Su voz destilaba temor y aquello le gustaba. Comenzó a carcajearse en voz baja. Más que le pesase, aquel pueblo estaba lleno de arrestos y valentía. Pero no debía olvidar cuál era su misión, y esa afectaba también al padre de la mujer que tenía frente a él.

- Baje las armas, señora. Vengo en son de paz -, respondió con sarcasmo.

- Entonces, ¿qué quiere? -, preguntó Emilia extrañada.

Garrigues frunció los labios. - Esto es una posada, ¿o no? -, le respondió a la vez que extendía los brazos y comenzaba a moverse en círculo. - Necesito habitación -.

Emilia se dirigió al mostrador sin perder ripio de los movimientos del hombre. - Y… ¿cuánto tiempo piensa disponer de ella? -.

- Emilia, Emilia… -, meneó la cabeza. - No quiera saber más de lo que le conviene -. Sacó unas monedas del bolsillo de su chaqueta. - Aquí tiene el pago por adelantado de un mes -. Las dejó caer sobre el mostrador. Después, se apoyó en él arqueando las cejas. - Quién sabe que deparará el futuro más allá de ese tiempo… -.

Emilia dejó caer frente a él, la llave de una de las habitaciones. - Espero que la encuentre de su gusto -, le espetó.

- Créame que mis gustos difieren en demasía de lo que aquí pueda encontrarme, pero servirá, no se preocupe -. Dirigió su mirada hacia el teléfono de la recepción. -¿Sería posible poner una conferencia? Se la pagaré como es debido, por descontado -.

Emilia asintió con la cabeza y se apresuró a desaparecer hacia la taberna, dejándole la intimidad necesaria. Aun así, Garrigues se aseguró que nadie estaba a su alrededor antes de tomar el auricular.

- Señorita, deseo una conferencia con Madrid. Sí, el teléfono es 1254 -. Esperó eternos segundos hasta que una conocida voz se escuchó al otro lado de la línea. - Sí, no se inquiete. Acabo de instalarme en una posada aquí mismo, en el pueblo. Y no adivinará a quién pertenece… -.

……

Las noticias que había recibido no podían ser más alentadoras. Desde hace años, había esperado pacientemente que llegara ese momento, y ahora, la impaciencia por lo que se avecinaría en tiempos próximos, amenazaba con desestabilizar todo lo que habían planeado. Algo que no podían permitirse.

Había alimentado el odio en el corazón del muchacho desde que este no levantaba un palmo del suelo. Había luchado a brazo partido por sacarle adelante y colocarle en la posición que ahora mismo ocupaba, con la sola idea de vengarse de todos aquellos que le habían arrebatado lo que era suyo. Por derecho.

- Pronto llegará el momento de nuestra venganza -, acarició con ternura su cabello, aunque sin obtener ninguna respuesta. - El fin de Francisca Montenegro y de Raimundo Ulloa, está cerca -.