Siempre había adorado verle
dormir. Sentir su respiración acompasada conseguía proporcionarle a ella
también la serenidad que precisaba. Lograba hacerle olvidar las oscuras
preocupaciones que sobrevolaban su existencia, aunque en esta ocasión, algo le
hacía creer que sus problemas no habían hecho más que empezar. Delineó con la
yema de los dedos su mejilla, justo ahí donde nacía uno de los múltiples golpes
que Raimundo había sufrido. Cada marca le dolía como si ella misma lo hubiese
recibido, pues se sabía la causante de tamaña golpiza.
No pudo evitar estremecerse con
cierto temor al imaginar a Raimundo enfrentándose a los soldados con tal de
liberarla. Ambos podían haber perdido la vida por culpa de su temeridad. Quizá
debió escuchar con más tino las recomendaciones de Mauricio. Algo francamente
impensable para quien estaba acostumbrada a hacer su santa voluntad.
Y ahora ahí, entre sus brazos, apenas
cubiertos por una manta y después de haberse amado con una pasión desenfrenada,
todo parecía un mal sueño. Un espantoso recuerdo que podría parecer casi
lejano, de no ser por las marcas que ambos portaban en su cuerpo. La fría
sonrisa de Garrigues surgió ante ella, como en una neblina que le hizo
estremecer. Por supuesto que ella no cedería un ápice frente a él, pero aquella
sonrisa le resultaba tan dolorosamente familiar…
- Por tu semblante diría que no
es en mí en quien estás pensando precisamente… -. Francisca tardó unos segundos
en volver recuperar la compostura, algo que, por supuesto, no pasó desapercibido para él. -
¿Qué te inquieta, amor? -.
Ella le miró. - ¿Te parece poco
lo ocurrido y lo que, seguramente, se nos venga encima? -, suspiró. - A pesar
de haber sido liberada por ese hombre, no puedo evitar sentir cierta
desconfianza. Su actitud me inquieta, y lo que es peor… me asusta -, reconoció.
Raimundo la estrechó entre sus
brazos. - Creí que nada conseguía asustarte. Ni doblegarte -, besó su frente.
- Para todo siempre hay una
primera vez… -, le respondió. Aunque aquella inquietud que sentía nacer en la
boca del estómago, no era para nada desconocida.
- ¿Qué ocurre, Francisca? -, la
tomó por el mentón, obligándola a mirarle. - Es como si algo hubiese ocurrido y
que te niegas a contarme -.
Francisca bajó la mirada.
Raimundo siempre había sabido leer en sus ojos, pero los presagios que surcaban
sus pensamientos eran tan atroces, que se veía incapaz de compartirlos con él,
pues aquello significaría que la amenaza que sentía pender sobre ella, tenía
más de real de lo que desearía.
- Todavía no me has relatado cómo
conseguiste librarte de las garras de ese maldito intendente -. Volvió a
reposar su cabeza sobre el pecho salpicado de vello de Raimundo, mientras
deslizaba las yemas de los dedos por su piel. Éste suspiró.
- Solo espero que en algún momento
confíes en mí y puedas contarme qué pasa por esta cabecita… -, musitó a la vez
que, con el dedo, le daba pequeños toquecitos cariñosos en la frente. Después
prosiguió. - Y reconoce que apenas me has dejado pronunciar palabra desde que
llegué… -, afirmó de manera sensual a la vez que atrapaba la mano que le
acariciaba para poder mordisquearle los dedos. - Conste que no me estoy
quejando… -.
Francisca alzó la mirada. - No
seas grosero, por favor -, le reprendió con un ligero rubor en el rostro. - Te
estoy hablando muy en serio -.
Raimundo la tomó por el mentón. -
¿Y tú? ¿Cómo lograste salir de allí? -. Francisca volvió a recostarse sobre él.
- Con gusto le hubiera matado cuando te vi ensangrentada por culpa de esos
indeseables -.
- Shhhh… -, quiso tranquilizarle
ella, abrazándose a su cuerpo con fuerza. - Aquello ya pasó y es algo que
debemos olvidar. Ambos -. Cerró los ojos con fuerza para tratar de borrar su
angustia. - Tan solo puedo decirte que cuando recuperé la consciencia, aquel
hombre estaba junto a mi cama, con una mirada que no supe descifrar y una
disculpa en los labios -.
- ¿Se disculpó contigo? -,
preguntó Raimundo con extrañeza. - ¿Y qué o quién se supone que le hizo cambiar
de opinión? Su comportamiento cuando nos descubrió fue de todo menos amistoso.
Nada hacía presagiar que se disculparía… Es más, conmigo y con el resto de
paisanos se mostró altivo y soberbio, dejando evidencia de su superioridad y
del poder que ejerce -.
- Prométeme que te mantendrás lo
más alejado posible de él -, le rogó Francisca de pronto, buscando su mirada.
El brillo de temor que él adivinó en sus ojos le inquietó sobremanera.
- ¿A qué temes, Francisca? ¿Qué más ha
ocurrido entre ese hombre y tú? ¿Te amenazó? -. El silencio de ella solo logró aumentar su intranquilidad.
- Respóndeme, ¡te lo ruego! -, le urgió.
- Prométemelo, Raimundo -,
insistió ella tomando su rostro entre las manos. - Desconocemos todo acerca de
ese hombre, es mejor ser cautelosos… investigaré entre mis conocidos, trataré
de bucear en su pasado… pero hasta entonces, procura no cruzarte en su camino
ni darle motivos para que vuelva a apresarte -. Raimundo exhaló un suspiro.
- Realmente te preocupa ese
Garrigues -, le dijo acariciando su
mejilla. - Sé que hay algo más detrás de todo esto, Francisca, y no descansaré
hasta que me lo cuentes. Pero de acuerdo, te prometo que me mantendré alejado
de ese presuntuoso, a no ser que sea él quien se cruce en mi camino. En ese
caso, no puedo prometerte nada -.
Francisca esbozó una leve sonrisa.
- Con eso me basta de momento -, murmuró junto a sus labios. Tentándole como
solo ella sabía hacerlo.
Raimundo sonrió también. - En
cambio a mí, no me basta con esto…-, buscó su boca atrapándola con sus dientes.
Mordisqueando con sensualidad hasta que logró que ella emitiese un jadeo.
Antes de que sus cuerpos
despertasen de nuevo.
……..
Observó la posada desde la plaza.
Por más que le pesase, debía procurarse un alojamiento. Iba a permanecer en ese
pueblucho mucho más tiempo de lo que
hubiese deseado. Y aunque su posición le hacía merecedor de unos aposentos
mucho más lujosos, debía conformarse con ese tugurio de mala muerte si no quería
despertar suspicacias. Bastante ojeriza había despertado entre las gentes del
pueblo al detener a todos los hombres de la comarca.
Un mal necesario, un precio a
pagar por demostrar quién iba a mandar a partir de ahora. Se había terminado la
condescendencia de ese inútil de alcalde, y por supuesto, las cacicadas de la
Montenegro.
Aunque para ella tenía reservada
una sorpresa. Pero eso sería más adelante. Cuando al fin hubiese recabado las
pruebas necesarias para destruirla para siempre.
- ¿Qué hace aquí? -. Emilia se
parapetó frente a él con los brazos cruzados. - ¿Acaso viene nuevamente a
pisotearnos y a llevarse detenido a mi marido y mi cuñado? Sepa de antemano que
no lo pienso consentir -.
Su voz destilaba temor y aquello
le gustaba. Comenzó a carcajearse en voz baja. Más que le pesase, aquel pueblo
estaba lleno de arrestos y valentía. Pero no debía olvidar cuál era su misión,
y esa afectaba también al padre de la mujer que tenía frente a él.
- Baje las armas, señora. Vengo
en son de paz -, respondió con sarcasmo.
- Entonces, ¿qué quiere? -,
preguntó Emilia extrañada.
Garrigues frunció los labios. -
Esto es una posada, ¿o no? -, le respondió a la vez que extendía los brazos y comenzaba a
moverse en círculo. - Necesito habitación -.
Emilia se dirigió al mostrador
sin perder ripio de los movimientos del hombre. - Y… ¿cuánto tiempo piensa
disponer de ella? -.
- Emilia, Emilia… -, meneó la
cabeza. - No quiera saber más de lo que le conviene -. Sacó unas monedas del
bolsillo de su chaqueta. - Aquí tiene el pago por adelantado de un mes -. Las
dejó caer sobre el mostrador. Después, se apoyó en él arqueando las cejas. -
Quién sabe que deparará el futuro más allá de ese tiempo… -.
Emilia dejó caer frente a él, la
llave de una de las habitaciones. - Espero que la encuentre de su gusto -, le
espetó.
- Créame que mis gustos difieren
en demasía de lo que aquí pueda encontrarme, pero servirá, no se preocupe -. Dirigió
su mirada hacia el teléfono de la recepción. -¿Sería posible poner una
conferencia? Se la pagaré como es debido, por descontado -.
Emilia asintió con la cabeza y se
apresuró a desaparecer hacia la taberna, dejándole la intimidad necesaria. Aun
así, Garrigues se aseguró que nadie estaba a su alrededor antes de tomar el
auricular.
- Señorita, deseo una conferencia
con Madrid. Sí, el teléfono es 1254 -. Esperó eternos segundos hasta que una
conocida voz se escuchó al otro lado de la línea. - Sí, no se inquiete. Acabo
de instalarme en una posada aquí mismo, en el pueblo. Y no adivinará a quién
pertenece… -.
……
Las noticias que había recibido
no podían ser más alentadoras. Desde hace años, había esperado pacientemente
que llegara ese momento, y ahora, la impaciencia por lo que se avecinaría en
tiempos próximos, amenazaba con desestabilizar todo lo que habían planeado.
Algo que no podían permitirse.
Había alimentado el odio en el
corazón del muchacho desde que este no levantaba un palmo del suelo. Había
luchado a brazo partido por sacarle adelante y colocarle en la posición que
ahora mismo ocupaba, con la sola idea de vengarse de todos aquellos que le
habían arrebatado lo que era suyo. Por derecho.
- Pronto llegará el momento de
nuestra venganza -, acarició con ternura su cabello, aunque sin obtener ninguna
respuesta. - El fin de Francisca Montenegro y de Raimundo Ulloa, está cerca -.