Translate

sábado, 27 de febrero de 2016

CONFESIONES (Final)



El amanecer los sorprendió abrazados. Francisca fue la primera en despertarse. Saboreando el hecho de estar de nuevo cobijada en su pecho. Grabando en su memoria ese último acto de amor. Besó emocionada sus labios antes de ponerse en pie. Con sorpresa, comprobó que la puerta estaba entreabierta. Al fin podían salir. 

Dedicó una última mirada a Raimundo, que seguía durmiendo plácidamente. Sí, al fin podían salir… pensó con suma tristeza. Marchó de nuevo a la alcoba. Dispuesta a vestirse y regresar a una realidad lejos de Raimundo.

………..

Caminaba solo con las manos en los bolsillos. De regreso a la Casa de Comidas. Viéndole, nada hacía presagiar que su vida había vuelto a cambiar para siempre. Francisca había escapado de su lado, presa seguramente de los remordimientos y arrepintiéndose de lo que había ocurrido entre ellos.

Él se había despertado dispuesto a lanzar por la ventana el pasado, y comenzar una vida a su lado. La vida que les arrebataron y que les pertenecía por derecho propio. Pero todo parecía truncarse nuevamente. Después de haber vuelto a probar la miel de sus labios, se le ofrecía un presente demasiado amargo sin ella.

Llegó hasta la plaza sin saber en realidad cómo lo había logrado. Su mente, su corazón estaban tan llenos de ella que no había espacio para nada más.

- ¡Buenos días, Raimundo! Qué madrugador estás hoy -. Don Anselmo apareció a su lado, sobresaltándole. Igual que si hubiera aparecido de la nada. – Aunque… -. Comenzó a escrutarle con la mirada. -… llevas la misma ropa que ayer. ¿Acaso no has dormido en casa? -. Le preguntó inocente.

Raimundo le miró extrañado. - ¿Se dedica usted ahora a controlar mi atuendo, padre? Tal vez debería hacérselo mirar -.

- Bueno, bueno -. Sacudió una mano en el aire. – Déjate de zarandajas y respóndeme: ¿Dónde has pasado la noche? Porque es más que evidente que en tu casa no ha sido -.

- ¿Más que evidente? -. Sorprendido, se miró a sí mismo de arriba a abajo. - ¿Llevo acaso algún cartel que lo indique? -. La mirada reprochadora de Don Anselmo le hizo terminar la gracia. – Mire que es usted insistente ¿eh? Pues no, no he dormido en casa. ¿Contento? -.

- ¿Y tú? -. Le miró con una amplia sonrisa. - ¿Lo estás? -.

- ¿Yo? -. Inmediatamente pensó en Francisca y en la intensa noche que habían compartido. Apareciendo una sonrisa en sus labios.

- Sí…¡lo estás! -. Respondió satisfecho el páter. – Me alegro mucho, Ulloa. Pero dime una cosa más… -.

- Está usted demasiado curioso hoy, ¿no cree? -. Suspiró resignado. - ¿De qué se trata? -.

Don Anselmo no podía borrar la sonrisa que se había dibujado en su cara. Su plan había funcionado a las mil maravillas.

- ¿Ella también está contenta? Aunque algo me hace sospechar de que así se trata -.

Raimundo abrió los ojos tanto como pudo. - ¿Ella? -. Apenas le salía la voz. - ¿Cómo sabe que…? ¿Cómo es posible que usted…? No entiendo cómo… -. Se frotó la nuca totalmente desconcertado.

- ¡Ulloa por Dios, termina alguna frase! -.  Le palmeó amigablemente el hombro. – Sí… -. Confesó al fin. – Yo me encargué de daros ese empujoncito que os hacía falta. Y visto el semblante de tu rostro, me puedo dar por satisfecho -.

Raimundo no podía creer que hubiera sido el propio Don Anselmo quien se encargara de aquella situación. Lamentablemente, las cosas no habían terminado tan bien como él esperaba. Suspiró mientras bajaba la cabeza.

- No sé si esto haya servido para algo, padre. Francisca ha huido de mí -.

- ¿Y vas a dejar que se te escape, Raimundo? -. Le sonrió por última vez mientras emprendía su camino. – Con Dios Ulloa -.

Se quedó clavado en mitad de la plaza. Retumbando en su cabeza las últimas palabras de Don Anselmo. ¿Realmente iba a consentir que Francisca volviera a escapársele de las manos? ¿Justo ahora, cuando ambos se habían expresado el amor que todavía sentían? Giró la cabeza hacia el lugar por el que había marchado aquel condenado cura. Y sonrió.

…………….

Francisca recordaba a solas, en su despacho, cada beso, cada caricia… cada palabra susurrada por Raimundo la noche pasada. Su recuerdo habría de alimentar a partir de ahora, todos los días de su vida.

Las puertas se abrieron de pronto, asustándola. Cuando se giró, se encontró con la mirada enamorada de Raimundo.

- Rai… Raimundo… -. Musitó.

Él, avanzó hasta ella sin pronunciar palabra y sin dejar de mirarla. Tomando dulcemente su rostro entre las manos.

- Solo si  el sol dejara de brillar cada día, se extinguiría mi amor por ti -. Sonrió, rozando su nariz con la de ella. – Y ni por esas -. La miró de nuevo a los ojos. – Te quiero mi pequeña. Y no voy a dejar que esta vez nada nos separe… -.

Francisca se abrazó a él por la cintura. Aquella noche, había resultado toda una auténtica confesión de amor.

miércoles, 24 de febrero de 2016

CONFESIONES (Parte 7)



No hacía más que dar vueltas en el suelo, incapaz de conciliar el sueño. En cuestión de unas horas había vivido un sinfín de situaciones junto a Francisca, que le habían dejado cuerpo y alma, desangelados.

Si fueras más valiente, pensó, te levantarías ahora mismo, entrarías en esa habitación y la amarías sin descanso. Olvidando el rencor. Apartando el odio. Pero es mejor quedarte aquí, con tu orgullo y penando por ella, ¿verdad?

Un ruido le hizo volverse para encontrarse frente a frente con la representación de todos sus sueños. Francisca, etérea como un ángel, se presentaba ante él mirándole con dulzura.

…………….

Sus mejillas se tiñeron de rubor cuando los ojos de Raimundo se deslizaron por su cuerpo sin ningún pudor. Acariciándola con la mirada. Logrando que su piel, su cuerpo entero se estremeciera de arriba a abajo. Con cierta vergüenza, pero decidida a llevar a cabo su acción, se fue acercando lentamente hacia él, arrodillándose a su lado.

- Francisca… -, susurró el con voz profunda.

- Shhh…-. Ella alzó la mano hasta su mejilla, rozándola apenas en una caricia. – No digas nada, por favor… -. La voz se le fue quebrando poco a poco por la emoción. – Déjame estar a tu lado, nada más esta noche…Como antes… -.

Con suma lentitud, acercó sus labios hasta los de Raimundo, que permanecía inmóvil. Dejándole hacer. Apretó con fuerza los puños sobre sus rodillas, hasta que los nudillos se volvieron blanquecinos. Conteniendo las ganas que sentía por tocar su piel. Por tumbarla bajo su cuerpo y alimentarse de ella.

Suaves toques al principio. Lentas caricias expresadas mediante fugaces besos que les ayudaron a reconocerse. Raimundo no pudo más. Subió las manos hasta enmarcar su rostro y tiró sensualmente del labio inferior de Francisca. Arrancándole un suspiro que aprovechó para introducir su lengua. Acorralando a la de ella hasta que al fin se entrelazaron, convirtiendo el beso en algo mucho más profundo. Y sumamente erótico.

- Raimundo… -, suspiró ella cuando se separaron para poder respirar.

- Mi pequeña… mi ángel… mi amor… -.

Enterró los labios en su cuello, sembrando un camino de besos mientras sus manos se deslizaban por los hombros de ella hasta llegar al nudo que mantenía unido el corsé. Deshaciéndolo al tiempo que emprendía el camino de regreso con sus labios, hasta su boca. Adueñándose de ella de forma aún mucho más apasionada que antes.

La prenda cayó al suelo, e instintivamente, Francisca se apartó de él cubriéndose con las manos. Sentía vergüenza de las marcas de su cuerpo, huellas de los continuos arranques de furia de Salvador.

Raimundo acercó sus manos, apartando las de Francisca y haciendo que se entrelazaran entre sí. Admirando embelesado su belleza. Odiando más profundamente a ese malnacido.

- Eres aún más preciosa de lo que recordaba -.

Los ojos de Francisca se cargaron de nuevo de lágrimas que Raimundo bebió con sus labios. Acercándola hasta él hasta sentarla sobre su regazo. A horcajadas. Tomando las manos de ella y llevándolas hasta los botones de su camisa.

- Hazme tuyo de nuevo, amor mío… -.

Francisca le despojó de la camisa, arañando después tiernamente su pecho. Hasta terminar por besar la piel de sus hombros. Provocándole un gemido. Animándola a seguir, dibujando un sendero con sus manos que luego iba cubriendo de besos.

Entre caricias, susurros y gemidos, fueron despojándose de toda la ropa hasta sentirse de nuevo piel contra piel. Francisca se colgó de su cuello instantes antes de que Raimundo se introdujese muy despacio en ella. Poco a poco. Besando sus labios con ternura cuando la unión fue completa. Perfecta.

Ella empezó a moverse lentamente mientras las manos de Raimundo, situadas en sus caderas, le guiaban marcando el ritmo más placentero para ambos. Se miraban a los ojos al tiempo que el placer se iba apoderando de ellos. Francisca bajó sus manos, acariciando su pecho hasta que se encontró con las de él y las entrelazaron. Unieron así mismo sus labios, en un beso profundo mientras se sumergían en una espiral de pasión que les hizo rozar de nuevo la felicidad de saberse uno solo.

domingo, 21 de febrero de 2016

CONFESIONES (Parte 6)



Raimundo se había quedado clavado en el sitio, observando sus movimientos con absoluta tristeza. Ambos sufrieron, era cierto. Pero Francisca se llevó la peor parte de aquello y no podía evitar maldecirse por ser el causante. Por no haber tenido el valor necesario en su momento para enfrentarse a su padre y no tener que renunciar a ella. ¡Todo hubiera sido tan distinto!

Pasó cerca de media hora en la que ninguno de los dos abrió la boca. Donde cada uno de ellos había permanecido sumido en sus propios recuerdos. Se habían lanzado algunas miradas a escondidas a sabiendas que el otro no estaba mirando. 

Siempre igual, pensó Francisca. 

Toda una vida de sufrimiento que no se acababa, pues tenía que seguir ocultando a la vista de todos, y sobre todo, a la de Raimundo, que su corazón seguía palpitando por él.

- Francisca… -, la llamó él con suavidad. Se sobresaltó al escuchar su voz y le miró a los ojos, buscando sus palabras. Él se acercó un poco, retorciendo sus manos tras la espalda. – Ya que parece que tenemos que pasar aquí la noche, podríamos preparar un lugar para dormir, ¿no crees? -.

Ella asintió con la cabeza. Estaba demasiado cansada como para hablar y mucho menos para seguir discutiendo. Solo deseaba cerrar los ojos y que cuando volviera a abrirlos, la pena se hubiera alejado de ella. Al menos, tanto como para seguir haciendo su vida algo más soportable.

- Creo recordar que había una alcoba al final de este corredor -, le dijo, señalándolo con la mirada.

- Así es… -, sonrió él de manera imperceptible. – Muchas veces nosotros… -. 

Interrumpió sus palabras en el aire. ¿Qué se supone que iba a decir? Fuera lo que fuese solo serviría para remover de nuevo un pasado que les hacía demasiado daño. 

- Vamos, te acompañaré para que puedas descansar -. Se acercó a ella, pero sin atreverse a tocarla. No deseaba importunarla más por hoy. – Yo dormiré aquí fuera -.

Fueron hasta el pequeño cuarto del fondo. Todo seguía tal y como ellos recordaban en su corazón. Raimundo tomó una de las mantas para protegerse del frío durante la noche. Ambos recorrieron la estancia con la mirada hasta que sus ojos se cruzaron a medio camino. Tras interminables segundos, ella habló.

- Buenas noches, Raimundo -, le deseó ella en voz baja.

- Buenas noches, Francisca -, respondió él de igual modo. No pudo evitar que su mano se alzara para vagar tímidamente por su mejilla. Rozándola apenas con los nudillos. – Lo siento tanto, pequeña… -.  Ella se limitó a cerrar los ojos, sorprendida por el apelativo, y a la vez deseosa de ese temeroso contacto. – Hubiera dado mi vida por evitarte tanto dolor -, añadió.

Y sin más, dio media vuelta saliendo de allí, cerrando la puerta tras de sí. Dejando a Francisca a solas, que ya no se molestó en detener el caudal de lágrimas que surcaron su rostro.

- ¿Por qué me dejaste, Raimundo? -, susurró entre sollozos. - ¿Por qué no viniste a por mí? -. Se fue dejando caer lentamente en el suelo mientras la pena se adueñaba de su cuerpo. – Yo solo quería estar contigo… -.

…………..

No debía haberla tocado. Ni rozarla siquiera. La mano le quemaba en ardiente súplica por haberla apartado de su piel. De su calor. No sabía por qué lo había hecho. Tan solo sabía que había necesitado hacerlo imperiosamente.

Volvió la cabeza mirando la puerta cerrada que le separaba de ella. Había esperado que Francisca no le dejara marchar. Que le pidiera que se quedara junto a ella. Aunque aquello hubiera sido un error a la larga. ¿Qué pasaría después?

Después todo se volvería demasiado complicado, pensó mientras se quitaba la chaqueta y después el chaleco. Aunque la idea de pasar una única noche a su lado se le antojara lo mejor del mundo. Extendió sobre el suelo la manta que había cogido de la habitación donde ella dormía, y utilizó su chaqueta a modo de almohada, doblándola sobre sí misma.

Se tumbó boca arriba poniendo un brazo sobre su frente. Y pensando en ella. Como todas las noches. Aunque esta fuera la primera que pasara tan cerca de ella en mucho años.

………….

No fue consciente del tiempo que pasó en el suelo, aunque hacía ya unos minutos que sus lágrimas se habían secado. Igual que si saliera de un trance, se levantó a duras penas tratando de ubicar dónde se encontraba. Miró la cama. ¡Estaba tan cansada…!

Se fue despojando del vestido, quedándose con el corsé y las enaguas. Deshizo su moño, peinando después su pelo con los dedos. Metiéndose a continuación entre las sábanas. Cerrando los ojos para olvidar, al menos un instante, todo lo que había sucedido con Raimundo.

******************

- De mí murmuran y exclaman:

¡Ahí va la loca soñando
Con la eterna primavera de la vida y de los campos!
Y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
Y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado -.

Se volvió hacía Raimundo, que permanecía tumbado boca arriba con los brazos detrás de la cabeza, escuchándola leer poesías del libro que le acababa de regalar. ¡Estaba tan emocionada con aquel presente…!

- Es maravilloso…Gracias Raimundo -. Sus ojos brillaban emocionados mientras le miraba con una preciosa sonrisa en los labios.

El abrió un ojo y la miró de medio lado. - ¿Te ha gustado entonces? -.

- ¿Qué si me ha gustado? -. Dejó el libro con cuidado sobre el mantel donde una hora antes habían improvisado un pequeño picnic. Acercándose de manera pícara a él. - ¿Quieres que te haga saber lo mucho que me ha gustado? -.

Quedó tumbada sobre su pecho apenas a unos centímetros de sus labios. Delineando su contorno con sus dedos. – No te imaginas cuánto te quiero, amor mío -.

- No tanto como yo, pequeña mía -. Besó con deleite la punta de sus dedos. - ¿Y bien? -. Le dijo después de unos segundos.

- ¿Y bien qué? -. Le preguntó acariciando su pecho.

- ¿No decías que ibas a agradecérmelo? -. Le respondió arqueando una ceja.

Francisca sonrió antes de abalanzarse sobre él y adueñarse de sus labios en un beso largo y profundo que les robó a ambos el oxígeno. Y que, como siempre, les dejó con ganas de más.

- ¿Estaremos siempre así Raimundo? -. Reposó la cabeza sobre su pecho. – Quiero decir… Me da miedo que el tiempo pase y puedas llegar a dejar de quererme -.

- ¿Cómo puedes pensar eso, mi ángel? -. Raimundo se incorporó, enmarcando su rostro. – Te amo -. Besó sus labios. – Te adoro -. Volvió a besarla. – Solo si  el sol dejara de brillar cada día, se extinguiría mi amor por ti -. Sonrió. – Y ni por esas -.

- Te quiero… -, dijo ella.

- Te quiero… -. La imitó Raimundo. – Y así será siempre. Nunca lo olvides -.

*********


- Raimundo… -.

Pronunció su nombre removiéndose en sueños. Despertándose al fin, mientras una lágrima se deslizaba por su rostro hasta morir en sus labios. Apartó las sábanas y se puso en pie, yendo hasta la puerta. Con sumo cuidado, procurando no hacer ningún ruido, la abrió muy despacio y salió. Completamente convencida de lo que iba a hacer.