Fue como si retrocedieran muchos
años atrás. Como si el tiempo y las penas no hubieran dejado surcos en su
corazón. Hasta el cielo, nublado apenas unos minutos antes, parecía haberse
cubierto de un halo especial en el que las primeras estrellas hicieron su
aparición para acompañarles en su paseo. Caminaron en silencio tomados de la
mano, lanzándose furtivas miradas de vez en cuando aprovechando que el otro no
miraba en ese momento.
Francisca sentía un nudo en el
estómago y se encontraba nerviosa como una quinceañera. Estaba segura de que en
cualquier momento abriría los ojos y despertaría de aquel maravilloso sueño y
caería de nuevo en la oscura realidad. No sospechaba que Raimundo se sentía
igual que ella, caminando en una nube de la que no quería descender. Resultaba
curioso cómo aquella tarde había variado en poco tiempo. Tenía una sensación
agridulce y le dolía que el desprecio de su hijo sobrevolara por encima de ese
momento sublime que estaba viviendo ahora mismo.
Detuvo sus pasos mirando el
horizonte frente a ellos, y Francisca se vio obligada a detenerse a su lado. Le
observó abiertamente mientras la mano le quemaba dentro de la de Raimundo. No
sentía el frío helándole los huesos, pero aunque así fuera, prefería quedarse
allí congelada a su lado antes de soltarse de él.
-…Raimundo… -. Le llamó titubeante.
Él la miró entonces a los ojos. Y
sin decir ni una sola palabra, con la mano que le quedaba libre, abarcó la
mejilla de Francisca acercando sus labios a los suyos. Fue el beso más dulce y
tierno que habían compartido en años. Sentía los labios de Raimundo moviéndose
cálidos sobre los suyos y abrió los ojos en mitad del beso, para asegurarse de
que era cierto aquello que estaba viviendo. Al hacerlo, se vio reflejada en su
mirada.
Temerosa, Francisca se separó
unos centímetros de él, pero Raimundo acortó de nuevo la distancia y se apoderó
de su boca con dulzura mientras tomaba su rostro ya con las dos manos y le
acariciaba las mejillas.
-…Te necesito tanto Francisca…-.
Acarició su labio inferior con el pulgar. Francisca cerró los ojos,
estremeciéndose con su toque. –…Me haces tanta falta… -. Pronunció antes de
besarla de nuevo. Sus manos descendieron de su rostro hasta el cuello, trazando
círculos con los dedos sobre su piel.
-…Raimundo espera… -. Ella volvió
a separarse. – En realidad no quieres hacer esto…solo estás apenado por tu
disputa con Sebastián y… -.
Él se sorprendió con sus
palabras. - ¿Cómo puedes pensar eso? -.
Acercó su rostro para poder rozar su mejilla contra la suya. - Amarte es lo que
más deseo en este mundo -. Le susurró junto al oído. – Nunca he dejado de
hacerlo. Y no te atrevas a negarme que a ti te pasa igual -. Se apartó para
poder mirarle a los ojos. – Este amor que sentimos está por encima del orgullo,
del dolor. Está por encima de nosotros mismos Francisca… -. Quedó en silencio
unos segundos. – Este rato junto a ti me ha hecho darme cuenta de lo cansado
que estoy de luchar contra él…-.
- Pero… -. Francisca sentía como
iba perdiendo argumentos frente a Raimundo y como todas sus defensas se iban
derrumbando hasta convertirse en poco menos que polvo.
- ¿Pero qué, amor? -. Volvió a
tomar su rostro, acariciándole con ternura, adorándola con la mirada. - ¿Acaso
te quedan fuerzas para seguir luchando contra un amor que no ha disminuido en
todos estos años, sino que además no ha hecho más que crecer? -.
No. No le quedaban fuerzas. En
realidad hacía tiempo que se había rendido ante él. En el mismo instante en que
la vida de Raimundo peligró por aquella terrible enfermedad. Solo el temor a su
pérdida definitiva le había hecho ver cuánto le amaba todavía.
Por eso, esperanzada ante la
posibilidad que se abría ante ella, de vivir una segunda oportunidad junto a la
persona que más había amado y que amaba en el mundo, movió sus manos por el
pecho de Raimundo hasta llegar a su rostro. Acercándole hacia ella para poder
besar sus labios con timidez. Lágrimas, como pequeñas gotas de rocío, se
deslizaban por sus mejillas cuando rompió el beso.
- No quiero luchar más contra lo
que siento por ti…-. Pronunció antes de esconder su cara en el hueco del cuello
de Raimundo, aferrándose a su cintura como si temiera caerse por un precipicio.
Raimundo cerró los ojos al tiempo
que su corazón brincaba de alegría en su pecho. Sus brazos se cerraron
alrededor de su cintura y besó su cabello. Permanecieron abrazados hasta que se
separaron para besarse fugazmente en los labios. Raimundo tomó la mano de
Francisca de nuevo entre las suyas.
- Vamos , vida mía -. Le sonrió
Raimundo. – Te acompaño a casa -.
Se encontraban próximos a la
Casona después de haber dado un gran rodeo para llegar hasta allí. Se habían
pasado gran parte del camino en silencio. Debían volver a acostumbrarse a estar
juntos sin que hubiera una discusión entre ellos. Eran conscientes de que el
proceso sería largo y que las murmuraciones sobre ellos en el pueblo serían
continuas.
- ¿Podremos soportar que la gente
murmure sobre nosotros Raimundo? -. Habían llegado a la puerta del patio, la
que daba acceso a la cocina. Apoyó la cabeza en el hombro de él. – Tengo miedo
de que vuelvas a separarte de mí. De que nuestro amor no sea suficiente… -.
Raimundo la abrazó con fuerza.
- ¿Crees que alguien se atrevería
a chismorrear sobre la ilustre Francisca Montenegro sin que su vida corriera
peligro? -. Le preguntó con una seriedad fingida. Francisca le dio un golpecito
en el pecho.
- Hablo en serio Raimundo… -. Se
irguió para ponerse frente a él. – Siento cómo los años pesan ya sobre mí, y ya
no tengo las mismas fuerzas que antes -. Agachó la mirada. – No podría soportar
arriesgarme para luego volver a perderte -.
Raimundo la tomó por el mentón
obligándola a que le mirara.
– Mírame Francisca. Te quiero. Es lo único que
puedo decirte. Tendrás que confiar en mí y en mi amor -, le sonrió de medio lado.
– Yo voy a hacerlo contigo. Porque creo en nuestro amor. ¿Y tú? ¿Estás
dispuesta a confiar? -. Metió sus manos por dentro de su abrigo, abrazándola
por la cintura. – Vamos...Arriésgate conmigo, mi niña… -. Susurró junto a sus labios,
besando la comisura de los mismos.
Francisca sonrió. Subió los
brazos hasta entrelazarles por detrás del cuello de Raimundo.
- ¿Sabes que puedes ser muy
convincente? -. Comenzaron a rozar sus labios con pequeños besos, despertando
su deseo.
- Solo con aquello que de verdad
me interesa -. Susurró él antes de devorar su boca como un muerto de hambre.
Francisca se colgó de su cuello acercándose más y más a ella, tanto como fuera
posible. Necesitados de oxígeno, se separaron apenas unos milímetros pero sin
soltarse.
- Supongo que tengo que irme… -.
Lo dijo con tanta pena que Francisca empezó a carcajearse mientras volvía a
darle otro beso. Se fue desplazando por su mejilla hasta llegar a su oído,
mordiendo tiernamente el lóbulo de su oreja con los dientes.
- Supones mal… -. Le susurró.
A Raimundo el corazón le dio un
vuelco dentro del pecho antes de empezar a latir como un loco. Francisca se
giró para abrir con cuidado la puerta de la cocina. Nadie había allí así que le
hizo pasar al interior. En cuanto estuvieron dentro, Raimundo la acorraló contra
la mesa, besándola con languidez, consiguiendo al fin abrir su boca para poder
enredar su lengua con la suya. Movía las manos por su cuerpo tan lentamente
como besaba sus labios, arrancándoles a ambos un intenso gemido.
- Vamos a mi habitación
Raimundo…aquí pueden vernos… -.
Refunfuñando, él la soltó al fin.
Momento que aprovechó Francisca para dibujar una sonrisa malévola en su rostro
y salir corriendo escaleras arriba.
- ¡Atrápame si puedes! -.
Raimundo se había quedado
boquiabierto a los pies de la escalera. Bajó la cabeza sonriendo y empezó a
subir los peldaños lentamente.
Llegó hasta la puerta cerrada de
su cuarto. Expectante, tomó aire antes de agarrar el pomo y girarle muy
despacio. Francisca se dio la vuelta al sentir la presencia de Raimundo a sus
espaldas. Su pecho subía y bajaba a un ritmo descontrolado y tenía las mejillas
sonrosadas por la carrera. Solo le había dado tiempo a quitarse el abrigo antes
de que él llegara.
La recorrió con la mirada de
arriba a abajo, con tal lentitud y deseo en su mirada que Francisca sentía el
latir de su corazón en la boca. Retrocedió nerviosa cuando Raimundo empezó a
caminar hacia ella igual que un depredador dispuesto a cazar a su presa. El
tocador puso fin a su huida, quedando ligeramente apoyada en él. Jadeó cuando
Raimundo bajó la mirada y comenzó a reírse para sus adentros mientras se
quitaba la chaqueta, dejándola caer al suelo.
Llegó hasta ella y apoyó las
manos a ambos lados de su cuerpo, evitando cualquier posibilidad de escapar de
él. Se acercó hasta su boca sin llegar a tocarla.
- Ahora sí que eres mía…-. Musitó.
Con la voz entrecortada,
Francisca solo atinó a decirle, - Nunca dejé de serlo… -.
Se besaron con lentitud,
saboreando el momento y sus bocas igual que si fuera un dulce. De un manotazo,
Raimundo apartó todo lo que había sobre el tocador, que cayó sobre la alfombra
del dormitorio. Y con un rápido movimiento, la aferró por la cintura sentándola
sobre el mueble. Todo ello, sin dejar de besar su boca.
Desesperada por sentirle en
plenitud, Francisca le abrió la camisa de un solo tirón haciendo que los
botones salieran disparados en todas direcciones. Metió sus manos por dentro,
deslizándola por sus hombros y acercando inmediatamente su boca para
mordisquearle el pecho. Por su parte, Raimundo llevado también por la premura,
arrancó la botonadura de su vestido, despojándola de él hasta la cintura.
Se detuvo para poder admirar su
desnudez, llenando sus sentidos de ella. Impregnándose de su aroma, de su suave
y blanca piel, de la redondez de sus pechos.
- Eres tan hermosa…-, susurró
mientras trazaba un camino por su cuerpo con la yema de los dedos, sintiendo
como se tensaba su cuerpo con cada toque de sus manos.
Francisca se aferró a su nuca
acercándole con fuerza hasta su boca para besarle con toda la pasión que
Raimundo había despertado en su cuerpo. Él se dejaba hacer mientras seguía su
camino con las manos hasta meterlas por debajo de su falda, arañando con ternura
la tersa piel de sus muslos, provocándole un jadeo.
Se miraron a los ojos cuando
Raimundo se separó de ella para poder quitarse los pantalones. Tomó su rostro
con las manos al ver un ligero temor en los ojos de Francisca.
- Mírame amor mío y no temas.
Jamás volveré a hacerte daño -.
Tomó su boca al mismo tiempo que sus
cuerpos se unían íntimamente. Francisca ahogó en su boca el grito que quería
salir de su garganta, y se aferró con fuerza a su espalda para atraerle más
hacia ella.
– Te quiero mi niña…te quiero, te quiero, te
quiero… -.
Francisca sentía cómo la llenaba
por completo, pero aún quería más. Sus manos descendieron hasta atrapar entre
ellas el trasero de Raimundo, provocándole con sus caricias.
- Hazme el amor Raimundo… -.
Aquella pareció ser la señal que
él necesitaba para perderse con ella en la espiral de pasión que es arrastró a
las profundidades para hacerles despegar a continuación hasta alcanzar las
estrellas. Los movimientos comenzaron a ser frenéticos y sus cuerpos sudorosos
se aferraban con fuerza queriendo unirse tanto como fuera posible.
El tiempo se detuvo una milésima
de segundo para que pudieran ver ante sus ojos como el mundo explotaba a su
alrededor. Y ellos se dejaron llevar por el placer que invadió sus cuerpos
hasta dejarles completamente saciados. Con ternura infinita se besaron en los
labios, satisfechos y llenos de una dicha que hacía tiempo no sentían.
- Te amo Raimundo -. Reposó sobre
su pecho mientras le acariciaba la espalda con las manos. – Has vuelto a traer
el amor a mi vida…-. Suspiró dichosa mientras él la tomaba en sus brazos para
dirigirse a la cama.
- Este es el principio de nuestra
nueva vida Francisca… -. Le besó con suavidad en los párpados.
Ella sonrió dejándose caer sobre
él y cerrando los ojos.
– Eres la luz que ilumina mi vida, amor mío…-.Suspiró
feliz antes de quedarse dormida en brazos de su amor de la niñez. El único de
su vida.
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