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domingo, 22 de mayo de 2016

LA LUZ DE MI CANDIL (Final)



Fue como si retrocedieran muchos años atrás. Como si el tiempo y las penas no hubieran dejado surcos en su corazón. Hasta el cielo, nublado apenas unos minutos antes, parecía haberse cubierto de un halo especial en el que las primeras estrellas hicieron su aparición para acompañarles en su paseo. Caminaron en silencio tomados de la mano, lanzándose furtivas miradas de vez en cuando aprovechando que el otro no miraba en ese momento.

Francisca sentía un nudo en el estómago y se encontraba nerviosa como una quinceañera. Estaba segura de que en cualquier momento abriría los ojos y despertaría de aquel maravilloso sueño y caería de nuevo en la oscura realidad. No sospechaba que Raimundo se sentía igual que ella, caminando en una nube de la que no quería descender. Resultaba curioso cómo aquella tarde había variado en poco tiempo. Tenía una sensación agridulce y le dolía que el desprecio de su hijo sobrevolara por encima de ese momento sublime que estaba viviendo ahora mismo.

Detuvo sus pasos mirando el horizonte frente a ellos, y Francisca se vio obligada a detenerse a su lado. Le observó abiertamente mientras la mano le quemaba dentro de la de Raimundo. No sentía el frío helándole los huesos, pero aunque así fuera, prefería quedarse allí congelada a su lado antes de soltarse de él.

-…Raimundo… -. Le llamó titubeante.

Él la miró entonces a los ojos. Y sin decir ni una sola palabra, con la mano que le quedaba libre, abarcó la mejilla de Francisca acercando sus labios a los suyos. Fue el beso más dulce y tierno que habían compartido en años. Sentía los labios de Raimundo moviéndose cálidos sobre los suyos y abrió los ojos en mitad del beso, para asegurarse de que era cierto aquello que estaba viviendo. Al hacerlo, se vio reflejada en su mirada.

Temerosa, Francisca se separó unos centímetros de él, pero Raimundo acortó de nuevo la distancia y se apoderó de su boca con dulzura mientras tomaba su rostro ya con las dos manos y le acariciaba las mejillas.

-…Te necesito tanto Francisca…-. Acarició su labio inferior con el pulgar. Francisca cerró los ojos, estremeciéndose con su toque. –…Me haces tanta falta… -. Pronunció antes de besarla de nuevo. Sus manos descendieron de su rostro hasta el cuello, trazando círculos con los dedos sobre su piel.

-…Raimundo espera… -. Ella volvió a separarse. – En realidad no quieres hacer esto…solo estás apenado por tu disputa con Sebastián y… -.

Él se sorprendió con sus palabras.  - ¿Cómo puedes pensar eso? -. Acercó su rostro para poder rozar su mejilla contra la suya. - Amarte es lo que más deseo en este mundo -. Le susurró junto al oído. – Nunca he dejado de hacerlo. Y no te atrevas a negarme que a ti te pasa igual -. Se apartó para poder mirarle a los ojos. – Este amor que sentimos está por encima del orgullo, del dolor. Está por encima de nosotros mismos Francisca… -. Quedó en silencio unos segundos. – Este rato junto a ti me ha hecho darme cuenta de lo cansado que estoy de luchar contra él…-.

- Pero… -. Francisca sentía como iba perdiendo argumentos frente a Raimundo y como todas sus defensas se iban derrumbando hasta convertirse en poco menos que polvo.

- ¿Pero qué, amor? -. Volvió a tomar su rostro, acariciándole con ternura, adorándola con la mirada. - ¿Acaso te quedan fuerzas para seguir luchando contra un amor que no ha disminuido en todos estos años, sino que además no ha hecho más que crecer? -.

No. No le quedaban fuerzas. En realidad hacía tiempo que se había rendido ante él. En el mismo instante en que la vida de Raimundo peligró por aquella terrible enfermedad. Solo el temor a su pérdida definitiva le había hecho ver cuánto le amaba todavía.

Por eso, esperanzada ante la posibilidad que se abría ante ella, de vivir una segunda oportunidad junto a la persona que más había amado y que amaba en el mundo, movió sus manos por el pecho de Raimundo hasta llegar a su rostro. Acercándole hacia ella para poder besar sus labios con timidez. Lágrimas, como pequeñas gotas de rocío, se deslizaban por sus mejillas cuando rompió el beso.

- No quiero luchar más contra lo que siento por ti…-. Pronunció antes de esconder su cara en el hueco del cuello de Raimundo, aferrándose a su cintura como si temiera caerse por un precipicio.

Raimundo cerró los ojos al tiempo que su corazón brincaba de alegría en su pecho. Sus brazos se cerraron alrededor de su cintura y besó su cabello. Permanecieron abrazados hasta que se separaron para besarse fugazmente en los labios. Raimundo tomó la mano de Francisca de nuevo entre las suyas.

- Vamos , vida mía -. Le sonrió Raimundo. – Te acompaño a casa -.

Se encontraban próximos a la Casona después de haber dado un gran rodeo para llegar hasta allí. Se habían pasado gran parte del camino en silencio. Debían volver a acostumbrarse a estar juntos sin que hubiera una discusión entre ellos. Eran conscientes de que el proceso sería largo y que las murmuraciones sobre ellos en el pueblo serían continuas.

- ¿Podremos soportar que la gente murmure sobre nosotros Raimundo? -. Habían llegado a la puerta del patio, la que daba acceso a la cocina. Apoyó la cabeza en el hombro de él. – Tengo miedo de que vuelvas a separarte de mí. De que nuestro amor no sea suficiente… -.

Raimundo la abrazó con fuerza.

- ¿Crees que alguien se atrevería a chismorrear sobre la ilustre Francisca Montenegro sin que su vida corriera peligro? -. Le preguntó con una seriedad fingida. Francisca le dio un golpecito en el pecho.

- Hablo en serio Raimundo… -. Se irguió para ponerse frente a él. – Siento cómo los años pesan ya sobre mí, y ya no tengo las mismas fuerzas que antes -. Agachó la mirada. – No podría soportar arriesgarme para luego volver a perderte -.

Raimundo la tomó por el mentón obligándola a que le mirara. 

– Mírame Francisca. Te quiero. Es lo único que puedo decirte. Tendrás que confiar en mí y en mi amor -, le sonrió de medio lado. – Yo voy a hacerlo contigo. Porque creo en nuestro amor. ¿Y tú? ¿Estás dispuesta a confiar? -. Metió sus manos por dentro de su abrigo, abrazándola por la cintura. – Vamos...Arriésgate conmigo, mi niña… -. Susurró junto a sus labios, besando la comisura de los mismos.

Francisca sonrió. Subió los brazos hasta entrelazarles por detrás del cuello de Raimundo.

- ¿Sabes que puedes ser muy convincente? -. Comenzaron a rozar sus labios con pequeños besos, despertando su deseo.

- Solo con aquello que de verdad me interesa -. Susurró él antes de devorar su boca como un muerto de hambre. Francisca se colgó de su cuello acercándose más y más a ella, tanto como fuera posible. Necesitados de oxígeno, se separaron apenas unos milímetros pero sin soltarse.

- Supongo que tengo que irme… -. Lo dijo con tanta pena que Francisca empezó a carcajearse mientras volvía a darle otro beso. Se fue desplazando por su mejilla hasta llegar a su oído, mordiendo tiernamente el lóbulo de su oreja con los dientes.

- Supones mal… -. Le susurró.

A Raimundo el corazón le dio un vuelco dentro del pecho antes de empezar a latir como un loco. Francisca se giró para abrir con cuidado la puerta de la cocina. Nadie había allí así que le hizo pasar al interior. En cuanto estuvieron dentro, Raimundo la acorraló contra la mesa, besándola con languidez, consiguiendo al fin abrir su boca para poder enredar su lengua con la suya. Movía las manos por su cuerpo tan lentamente como besaba sus labios, arrancándoles a ambos un intenso gemido.

- Vamos a mi habitación Raimundo…aquí pueden vernos… -.

Refunfuñando, él la soltó al fin. Momento que aprovechó Francisca para dibujar una sonrisa malévola en su rostro y salir corriendo escaleras arriba.

- ¡Atrápame si puedes! -.

Raimundo se había quedado boquiabierto a los pies de la escalera. Bajó la cabeza sonriendo y empezó a subir los peldaños lentamente.
Llegó hasta la puerta cerrada de su cuarto. Expectante, tomó aire antes de agarrar el pomo y girarle muy despacio. Francisca se dio la vuelta al sentir la presencia de Raimundo a sus espaldas. Su pecho subía y bajaba a un ritmo descontrolado y tenía las mejillas sonrosadas por la carrera. Solo le había dado tiempo a quitarse el abrigo antes de que él llegara.

La recorrió con la mirada de arriba a abajo, con tal lentitud y deseo en su mirada que Francisca sentía el latir de su corazón en la boca. Retrocedió nerviosa cuando Raimundo empezó a caminar hacia ella igual que un depredador dispuesto a cazar a su presa. El tocador puso fin a su huida, quedando ligeramente apoyada en él. Jadeó cuando Raimundo bajó la mirada y comenzó a reírse para sus adentros mientras se quitaba la chaqueta, dejándola caer al suelo.

Llegó hasta ella y apoyó las manos a ambos lados de su cuerpo, evitando cualquier posibilidad de escapar de él. Se acercó hasta su boca sin llegar a tocarla.

- Ahora sí que eres mía…-. Musitó.

Con la voz entrecortada, Francisca solo atinó a decirle, - Nunca dejé de serlo… -.

Se besaron con lentitud, saboreando el momento y sus bocas igual que si fuera un dulce. De un manotazo, Raimundo apartó todo lo que había sobre el tocador, que cayó sobre la alfombra del dormitorio. Y con un rápido movimiento, la aferró por la cintura sentándola sobre el mueble. Todo ello, sin dejar de besar su boca.

Desesperada por sentirle en plenitud, Francisca le abrió la camisa de un solo tirón haciendo que los botones salieran disparados en todas direcciones. Metió sus manos por dentro, deslizándola por sus hombros y acercando inmediatamente su boca para mordisquearle el pecho. Por su parte, Raimundo llevado también por la premura, arrancó la botonadura de su vestido, despojándola de él hasta la cintura.

Se detuvo para poder admirar su desnudez, llenando sus sentidos de ella. Impregnándose de su aroma, de su suave y blanca piel, de la redondez de sus pechos.

- Eres tan hermosa…-, susurró mientras trazaba un camino por su cuerpo con la yema de los dedos, sintiendo como se tensaba su cuerpo con cada toque de sus manos.

Francisca se aferró a su nuca acercándole con fuerza hasta su boca para besarle con toda la pasión que Raimundo había despertado en su cuerpo. Él se dejaba hacer mientras seguía su camino con las manos hasta meterlas por debajo de su falda, arañando con ternura la tersa piel de sus muslos, provocándole un jadeo.

Se miraron a los ojos cuando Raimundo se separó de ella para poder quitarse los pantalones. Tomó su rostro con las manos al ver un ligero temor en los ojos de Francisca.

- Mírame amor mío y no temas. Jamás volveré a hacerte daño -.

Tomó su boca al mismo tiempo que sus cuerpos se unían íntimamente. Francisca ahogó en su boca el grito que quería salir de su garganta, y se aferró con fuerza a su espalda para atraerle más hacia ella.

– Te quiero mi niña…te quiero, te quiero, te quiero… -.

Francisca sentía cómo la llenaba por completo, pero aún quería más. Sus manos descendieron hasta atrapar entre ellas el trasero de Raimundo, provocándole con sus caricias.

- Hazme el amor Raimundo… -.

Aquella pareció ser la señal que él necesitaba para perderse con ella en la espiral de pasión que es arrastró a las profundidades para hacerles despegar a continuación hasta alcanzar las estrellas. Los movimientos comenzaron a ser frenéticos y sus cuerpos sudorosos se aferraban con fuerza queriendo unirse tanto como fuera posible.

El tiempo se detuvo una milésima de segundo para que pudieran ver ante sus ojos como el mundo explotaba a su alrededor. Y ellos se dejaron llevar por el placer que invadió sus cuerpos hasta dejarles completamente saciados. Con ternura infinita se besaron en los labios, satisfechos y llenos de una dicha que hacía tiempo no sentían.

- Te amo Raimundo -. Reposó sobre su pecho mientras le acariciaba la espalda con las manos. – Has vuelto a traer el amor a mi vida…-. Suspiró dichosa mientras él la tomaba en sus brazos para dirigirse a la cama.

- Este es el principio de nuestra nueva vida Francisca… -. Le besó con suavidad en los párpados.

Ella sonrió dejándose caer sobre él y cerrando los ojos.

– Eres la luz que ilumina mi vida, amor mío…-.Suspiró feliz antes de quedarse dormida en brazos de su amor de la niñez. El único de su vida.

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