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miércoles, 24 de febrero de 2016

CONFESIONES (Parte 7)



No hacía más que dar vueltas en el suelo, incapaz de conciliar el sueño. En cuestión de unas horas había vivido un sinfín de situaciones junto a Francisca, que le habían dejado cuerpo y alma, desangelados.

Si fueras más valiente, pensó, te levantarías ahora mismo, entrarías en esa habitación y la amarías sin descanso. Olvidando el rencor. Apartando el odio. Pero es mejor quedarte aquí, con tu orgullo y penando por ella, ¿verdad?

Un ruido le hizo volverse para encontrarse frente a frente con la representación de todos sus sueños. Francisca, etérea como un ángel, se presentaba ante él mirándole con dulzura.

…………….

Sus mejillas se tiñeron de rubor cuando los ojos de Raimundo se deslizaron por su cuerpo sin ningún pudor. Acariciándola con la mirada. Logrando que su piel, su cuerpo entero se estremeciera de arriba a abajo. Con cierta vergüenza, pero decidida a llevar a cabo su acción, se fue acercando lentamente hacia él, arrodillándose a su lado.

- Francisca… -, susurró el con voz profunda.

- Shhh…-. Ella alzó la mano hasta su mejilla, rozándola apenas en una caricia. – No digas nada, por favor… -. La voz se le fue quebrando poco a poco por la emoción. – Déjame estar a tu lado, nada más esta noche…Como antes… -.

Con suma lentitud, acercó sus labios hasta los de Raimundo, que permanecía inmóvil. Dejándole hacer. Apretó con fuerza los puños sobre sus rodillas, hasta que los nudillos se volvieron blanquecinos. Conteniendo las ganas que sentía por tocar su piel. Por tumbarla bajo su cuerpo y alimentarse de ella.

Suaves toques al principio. Lentas caricias expresadas mediante fugaces besos que les ayudaron a reconocerse. Raimundo no pudo más. Subió las manos hasta enmarcar su rostro y tiró sensualmente del labio inferior de Francisca. Arrancándole un suspiro que aprovechó para introducir su lengua. Acorralando a la de ella hasta que al fin se entrelazaron, convirtiendo el beso en algo mucho más profundo. Y sumamente erótico.

- Raimundo… -, suspiró ella cuando se separaron para poder respirar.

- Mi pequeña… mi ángel… mi amor… -.

Enterró los labios en su cuello, sembrando un camino de besos mientras sus manos se deslizaban por los hombros de ella hasta llegar al nudo que mantenía unido el corsé. Deshaciéndolo al tiempo que emprendía el camino de regreso con sus labios, hasta su boca. Adueñándose de ella de forma aún mucho más apasionada que antes.

La prenda cayó al suelo, e instintivamente, Francisca se apartó de él cubriéndose con las manos. Sentía vergüenza de las marcas de su cuerpo, huellas de los continuos arranques de furia de Salvador.

Raimundo acercó sus manos, apartando las de Francisca y haciendo que se entrelazaran entre sí. Admirando embelesado su belleza. Odiando más profundamente a ese malnacido.

- Eres aún más preciosa de lo que recordaba -.

Los ojos de Francisca se cargaron de nuevo de lágrimas que Raimundo bebió con sus labios. Acercándola hasta él hasta sentarla sobre su regazo. A horcajadas. Tomando las manos de ella y llevándolas hasta los botones de su camisa.

- Hazme tuyo de nuevo, amor mío… -.

Francisca le despojó de la camisa, arañando después tiernamente su pecho. Hasta terminar por besar la piel de sus hombros. Provocándole un gemido. Animándola a seguir, dibujando un sendero con sus manos que luego iba cubriendo de besos.

Entre caricias, susurros y gemidos, fueron despojándose de toda la ropa hasta sentirse de nuevo piel contra piel. Francisca se colgó de su cuello instantes antes de que Raimundo se introdujese muy despacio en ella. Poco a poco. Besando sus labios con ternura cuando la unión fue completa. Perfecta.

Ella empezó a moverse lentamente mientras las manos de Raimundo, situadas en sus caderas, le guiaban marcando el ritmo más placentero para ambos. Se miraban a los ojos al tiempo que el placer se iba apoderando de ellos. Francisca bajó sus manos, acariciando su pecho hasta que se encontró con las de él y las entrelazaron. Unieron así mismo sus labios, en un beso profundo mientras se sumergían en una espiral de pasión que les hizo rozar de nuevo la felicidad de saberse uno solo.

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