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viernes, 29 de mayo de 2015

AMOR, LUCHA Y RENDICIÓN (Parte 13)



Raimundo se había quedado a cenar aquella noche. Tras el anuncio de su boda con Francisca y la revelación de que en realidad, era el verdadero padre de Tristán, se sentía  pleno de dicha y por ello no rehusaba las invitaciones de su hijo para quedarse y así compartir más tiempo juntos. ¡Tenía tantos planes! Deseaba recuperar todo el tiempo perdido junto al muchacho, y sobre todo junto a ella. Aún le costaba creer que la vida le hubiera dado un vuelco tan  grande.

Durante la velada, no pudo despegar sus ojos de Francisca. Ni los ojos, ni las manos. Sentía una poderosa necesidad de tocarla, de sentir que todo aquello que estaba viviendo era real y no producto de una ensoñación. Soledad y Tristán se sentían como espectadores no invitados de la representación de amor más puro y sincero que jamás conocieron. Las veladas miradas y las caricias a escondidas que se prodigaban ambos, fueron continuas durante toda la cena. Finalizada la misma, se retiraron respetuosamente queriendo dejar algo de intimidad a la pareja.

Raimundo tomó la mano de Francisca acariciándole sensualmente con el pulgar y depositando a continuación, un suave beso que provocó en ella placenteros escalofríos que recorrieron toda su columna vertebral. Francisca sonrió con resignación. Raimundo era capaz de hacerla temblar con el simple roce de sus labios.

Él se deleitó por el efecto que causaba en ella. Francisca no era consciente de que para él, también el simple roce de su piel le ocasionaba casi la pérdida de todo su control y fuerza de voluntad.

- ¿Te apetece dar un paseo por el jardín? -, le sugirió. - Aún no quiero marcharme a casa y alejarme de ti -.

Francisca suspiró. - Resulta irónico, ¿no crees? -. Él la miró sin comprender. - Hemos podido vivir alejados durante tantos años, y ahora somos incapaces de separarnos apenas unas horas -. Apretó su mano entre la suya. - Para mí es como si me faltara el aire… No creo que pudiera volver a soportar una vida lejos de ti -.

Raimundo entrelazó sus dedos con los de ella, mientras se encaminaban al exterior. - Afortunadamente… -, respondió él. - … eso es algo que no tendremos que volver a vivir, amor. Nada ni nadie conseguirá separarnos nunca más -. Se detuvo en mitad del jardín. Su mano, acarició dulcemente su mejilla, antes de que Francisca buscase refugio en su pecho.

La noche era apacible y cálida. El cielo, estaba teñido de estrellas y la luna brillaba en lo alto.

- No puede ser más perfecto –, musitó Francisca mientras disfrutaba de  aquel maravilloso espectáculo.

- Estoy de acuerdo, mi amor…-, le respondió él. Apenas podía apartar sus ojos de ella. Hacerlo sería como dejar de respirar. Francisca se percató de su mirada, y no pudo evitar sonreír.

- Mira que eres zalamero, Raimundo -, le dijo junto al oído. – Y no sabes cuánto me gusta que seas así… -, susurró.

Pasearon por el jardín en un delicado y cómodo silencio, hasta que al fin llegaron hasta uno de los árboles del patio, tomando asiento en uno de los  bancos de piedra. Raimundo se apoyó sobre el tronco que había junto a ellos y acomodó a Francisca sobre su pecho antes de buscar ansioso sus labios. Nada rompía el silencio de la noche salvo sus besos.

- Aún no puedo creer que vayamos a casarnos después de todo lo que hemos vivido Raimundo -. Él beso su cabello mientras ella jugueteaba con el botón de su camisa. - Me parece estar viviendo un sueño -.

- Lo que a mí me cuesta creer…-, respondió él. –…es que todavía sigas amándome después de que te abandonara sin apenas explicación. Por muy nobles que  fueran mis razones -. Aquello recuerdos ensombrecieron su semblante.

Francisca se incorporó lo suficiente como para mirarle a los ojos.

– Mi amor… -. Enredó los dedos en su barba. - No hace demasiado tiempo, le dije a tu hijo que cuando se ama tanto, ese amor no muere nunca -. Delineó su nariz con el dedo. – Te quería entonces, y te quiero tantísimo  ahora, que ni marchándome yo de este mundo podría dejar de amarte -.

Sus bocas se acercaron hasta fundirse en un beso que se tornó cada vez más apasionado.

- Menos mal que en pocos días llega la boda… -, bufó Raimundo con fastidio. – Esta absurda idea tuya de no dejarme que te haga el amor hasta que estemos casados, me está volviendo loco -. Frunció el ceño igual que si fuera un niño pequeño al que han privado de su juguete favorito.

Francisca no pudo evitar reírse de sus palabras. – Has estado media vida sin mí, Raimundo…No te cuesta nada esperar un par de noches más, ¿no crees? -.

Él volvió a gruñir, aunque al final esbozó una sonrisa pícara. Se acercó de nuevo lentamente hasta ella. - Media vida en la que te hice el amor cada noche en mis sueños, amor mío -, le dijo con la voz ronca por el deseo contenido.

Francisca se estremeció ante sus palabras y se movió impaciente buscando su boca. Casi lo había logrado cuando Raimundo apartó divertido sus labios.

– Pero en fin, tú has querido que sea así, y así será -, suspiró con fingida resignación. - Y bien conoces que yo no ansío otra cosa que hacer tu santa voluntad, Francisca -. Acompañó su cómica actuación poniendo su mano sobre el pecho.

Francisca se quedó con la boca abierta mientras Raimundo cerraba los ojos y buscaba apoyo en el tronco del roble que los cobijaba, intentando aguantar como podía, las ganas de reír.

- Serás…-.

Francisca trató de incorporarse, pero Raimundo fue mucho más rápido que ella. Atrapó sus manos y ambos cayeron sobre la hierba.

- Sin embargo… -, añadió. - …un besito no creo que haga mal a nadie ¿verdad? -.

Fue descendiendo sus labios poco a poco hasta que acariciaron los de ella. Durante segundos, estuvo provocándole con sensuales roces hasta que Francisca ya no pudo resistirse más y le permitió la entrada. Enredaron sus lenguas en una lucha sin tregua, intentando atrapar el alma de cada uno en los gemidos que salían de sus gargantas. Las manos de Francisca se enredaron en la nuca de Raimundo, llevándole hasta tal punto de agonía, que haciendo acopio del poco control que le quedaba, se separó de ella apoyando su frente en la suya.

- Será mejor que nos detengamos en este instante, mi cielo…-, le dijo, a pesar de que su respiración era dificultosa. – Eso sí. Te aseguro que a partir de pasado mañana no lograrás escaparte de mí -, sentenció, mirándola con intensidad.

Francisca suspiró resignada. A fin de cuentas, de ella había surgido esa ridícula idea de abstenerse de todo contacto íntimo hasta que se produjese la boda.

Raimundo se incorporó poniéndose en pie, y ofreciéndole la mano para ayudarla. Abrazados, se encaminaron de regreso hacia la Casona. Una vez llegaron a la puerta, Francisca escondió su rostro en el hueco que formaba el cuello de Raimundo, percibiendo el rápido latir de su pulso. Ninguno de los dos tenía ganas de separarse, aunque restaban por llegar dos días cargados de grandes emociones y debían descansar.
Francisca acarició tiernamente su barba.

– Raimundo… estás completamente seguro del paso que vamos a dar, ¿verdad? -, le preguntó con cierto temor. - Mira que reconozco que tengo un carácter de los mil demonios, y sé que es complicado vivir conmigo -.

Raimundo solo pudo mirarla con adoración. ¡Cómo podía amarla tanto! Ciñó su cintura acercándola hasta él tanto como pudo.

- Adoro tu mal genio Francisca. Admiro tu carácter, tu fortaleza…que seas tan apasionada con lo que haces…-, besó su mejilla. – Amo todo de ti. Además…-, quiso provocarla. –…piensa en lo divertida que va a ser nuestra vida juntos, con todas esas peleas que posiblemente tendremos durante el día, y esas increíbles y apasionadas reconciliaciones que mantendremos durante la noche -. Ella le miró con absoluto amor. – Solo quiero estar a tu lado cada segundo, cada minuto y cada hora que me quede de vida. Te amo, Francisca... -.

Se abrazó a su pecho, completamente feliz. Su amor había conseguido superar el paso del tiempo y todo el dolor padecido. Se separó unos centímetros de él, mirándole con el corazón en los ojos.

- Hasta mañana, amor mío -. Dijo ella.

- Hasta mañana… mi vida… -, respondió él.

Le vio marchar hasta que su imagen quedó diluida en el horizonte. Entró en casa y cerró la puerta. Sonrió mientras subía a su habitación. Muy pronto, sería el comienzo de su nueva vida.

miércoles, 27 de mayo de 2015

AMOR, LUCHA Y RENDICIÓN (Parte 12)



- ¡Madre! – Tristán se acercó a ella abrazándola con alivio. – Estábamos preocupados muy por usted -.De repente vio a Raimundo y elevó una ceja. – Aunque no sé por qué me imaginaba ya que podía estar en buenas manos... -.

Ambos agacharon la cabeza un tanto avergonzados mientras Tristán no pudo por menos que estallar en carcajadas. Tras ese breve encuentro algo incómodo para ellos, los tres pasaron al salón. Era evidente que algo ocurría. Se palpaba un cierto nerviosismo en el ambiente. Tristán y Soledad les miraban extrañados, mientras que ellos parecían no encontrar las palabras. Al final, fue Raimundo quien comenzó a hablar.

- Veréis… - se frotó la nuca con una mano, muestra visible del nerviosismo que le atenazaba. – Tenemos que daros dos noticias importantes: la primera es que vuestra madre…yo…bueno, nosotros… -.

Francisca bufó impaciente.

– Lo que Raimundo trata de decir, o al menos eso creo… -, le dedicó una irónica mirada. – Es que vuestra madre, es decir, yo…-, miró a sus hijos a los ojos. – He recuperado la memoria -. Sonrió emocionada.

Tristán y Soledad corrieron hacia su madre a la que abrazaron, aplastándola entre los dos.

– Hijos, me alegra mucho que me abracéis de esta manera, pero…-, trató de buscar un hueco para respirar. – Vuestra efusividad terminará por hacerme morir asfixiada -.

Soledad sonrió. – No hay duda -. Su sonrisa se ensanchó. - Ha recuperado la memoria -. Francisca le dedicó a su hija una mirada enojada, que se disipó al ver el sincero afecto de sus hijos.

- Y ¿la segunda noticia? –, preguntó Tristán.

Raimundo y Francisca se miraron a los ojos y sonrieron enamorados.

– Veréis…vuestra madre…yo…bueno, nosotros… -.

- Raimundo, te repites -. Le interrumpió Francisca que le miraba sorprendida mientras alzaba una ceja burlona. – ¿Dónde ha quedado esa elocuencia de la que tanto presumes, Ulloa? -, le preguntó irónica. - Sinceramente, creí que usabas mejor esa lengua que Dios te dio -.

Raimundo se acercó muy despacio hasta ella. – ¿Acaso me estás retando? -, preguntó. - Creo que tú mejor que nadie, lo sabes. Más…luego te lo demuestro, si es menester para que te convenzas -.

Tristán y Soledad no pudieron reprimir mucho más la risa, y estallaron en sonoras carcajadas mientras su madre les miraba furibunda.

- Lo que trataba de deciros, antes de que vuestra madre me interrumpiera… -, Raimundo la miró divertido. – Es que ambos hemos decidido casarnos -, anunció.

Hubo unos segundos de silencio que a ambos se les hicieron eternos. Alternaban la mirada entre uno y otro de los muchachos, expectantes. Finalmente, Tristán se levantó hacia ellos. Tendió una mano a Raimundo que éste estrechó emocionado.

- No puedo sentirme más afortunado porque usted entre a formar parte de nuestra familia -, dijo el joven. Después, se giró hacia su madre antes de poder ver cómo los ojos de Raimundo se llenaban de lágrimas ante sus palabras. – Madre… -, tomó sus manos entre las suyas y las besó. – Ya es hora de que usted disfrute d un poco de felicidad -.

- Así es madre –, añadió Soledad, que también se acercó a ellos. – Han sido demasiadas penas las que han vivido ustedes. Ya es hora de poner algo de dicha en sus vidas -. Miró a Raimundo. – Me alegro mucho. Por los dos -.

Un emocionado silencio inundó el ambiente. Aquello superaba con creces los deseos de Francisca. Aunque aún quedaba pendiente un espinoso asunto.

- Esto hay que celebrarlo -, dijo Tristán. – Iré a la cocina a pedirle a alguna de las doncellas que nos suba una botella del mejor vino que tengamos en casa -.

Francisca se puso en pie y alcanzó a Tristán antes de que saliera del salón.

- Hijo, espera -. Tomó suavemente su brazo y se giró a Soledad. – Soledad, mi niña –, le sonrió con ternura. – ¿Podrías dejarnos un momento a solas con Tristán? -.

La muchacha asintió con una sonrisa. - Claro madre. No se preocupe –, se levantó. – Seré yo la que vaya a por el vino -.

Esperaron pacientemente a que Soledad hubiera salido. Francisca volvió a sentarse de nuevo junto a Raimundo, entrelazando su mano con la de él y apretándola con fuerza.

- Tristán hijo -. Aquello iba a resultar mucho más difícil de lo que pensaba, pero se alegraba de tener a su amor junto a ella. – Raimundo y yo hemos de confesarte una cosa más -

Tristán miraba a uno y otro sin comprender. Debía tratarse de algo importante como así anunciaba el semblante de ambos.

- Pues...ustedes dirán -, les dijo.

Francisca dedicó una última mirada a Raimundo y comenzó a hablar.

- Como ya conoces, Raimundo y yo estuvimos enamorados hace años -. Suspiró recordando. – Teníamos planes de casamiento, pero no contábamos con la aprobación ni de su padre, ni de mi madre. Afortunadamente…-, miró a Raimundo con los ojos velados de amor. –…mi padre y su tío Esteban eran cómplices de nuestro amor -. Sonrió con nostalgia al recordar a su padre. Sin embargo casi al mismo tiempo, su rostro volvió a endurecerse. – Pero al final, su padre, Ramón Ulloa…-, escupió su nombre con profundo desprecio. -…consiguió separarnos. Obligó a Raimundo a comprometerse con otra mujer…-. Aún le dolía recordarlo, -…y por consiguiente a abandonarme a mí -. Raimundo apretó con fuerza su mano. Dolía demasiado recordar, pero aún era más doloroso escuchar la historia en boca de Francisca.

Ella prosiguió.

– Me volví loca. No podía asumir la separación, así que decidí marcharme del pueblo. Conocí a Salvador Castro en el peor momento de mi vida –. Sonrió amargamente. – Él supo aprovechar la ocasión y tas perseguirme de manera incansable, me propuso matrimonio. Y yo acepté -. Ahora fue ella la que miró a Raimundo, suplicándole perdón con la mirada.

- Francisca, no…-, comenzó a decir Raimundo, pero ella alzó una mano y selló con ella sus labios.

- Déjame terminar mi amor…-. Raimundo tomó su mano y depositó un suave beso en ella.

Tristán observaba la escena siendo consciente por primera vez del profundo amor que ambos se profesaban. Sintió un pinchazo de dolor en el corazón. Sufrió por ellos y con ellos. Ojalá las cosas hubieran sido diferentes. Todos habríamos salido ganando…, pensó con tristeza.

Francisca continuó, más esta vez, con la mirada puesta fijamente en su hijo.

- Lo que nadie imaginaba es que cuando casé con Salvador, yo…-. Había llegado el momento. Se aferró con fuerza a las manos de Raimundo. -…yo, estaba embarazada de dos meses. De ti, Tristán…-.

El joven sintió que el aire quedaba atascado en sus pulmones. Trató de asimilar las palabras que acababa de pronunciar su madre. Si ya estaba embarazada cuando se casó con ese monstruo, quería decir que…

Miró de repente a Raimundo. Él era... ¡su padre! Soltó el aire que había retenido y se sintió de pronto libre. Y feliz. Bajó la mirada hasta sus manos, tan parecidas a las de aquel hombre que le había sostenido y consolado cuando de niño se escapaba de casa y corría a la de Sebastián para así poder sentir lo que era una familia. Sonrió al pensar en su amigo. Resultaba que después de todo, era su hermano. Al fin se sentía parte de una gran familia. Levantó sus ojos y reparó en que miraba por primera vez a su padre.

Francisca y Raimundo estaban observando en todo momento las distintas expresiones que surcaban el rostro de su hijo, esperando su reacción con temor. Pero también con esperanza.

Tristán se levantó lentamente y se acercó a Raimundo. Le miró al borde del llanto.

-….Padre…-, le dijo mientras su mano se elevaba para poder estrechar la de Raimundo. Éste miró la mano que le tendía su hijo y sintió que el corazón le estallaba en mil pedazos por la alegría. Se incorporó, la estrechó entre la suya y tiró de ella para, por fin, poder abrazar a su hijo mayor. Las lágrimas, que durante más de 30 años no fueron derramadas, salieron a borbotones por sus ojos.

Pasaron varios minutos abrazados mientras Francisca, que observaba la escena en un segundo plano, no podía parar de llorar. Raimundo, y el que había sido fruto de aquel amor que se tenían, al fin conocían la verdad. Sintió que el peso que había soportado durante largos años, liberaba al fin su corazón.

Tristán se separó lentamente de su padre y volvió sus ojos a ella. Se acercó para arrodillarse a su lado. Tomó sus manos entre las suyas, depositando un beso sobre las palmas.

- Gracias por hacerme el mejor regalo del mundo…-, le dijo mirándole a los ojos. - …mamá…-. Poniéndose a llorar como un chiquillo sobre el regazo de su madre.

Francisca acarició el cabello de su hijo. -…Mi niño... -, susurró con dulzura.

Raimundo se acercó a ellos por detrás. Abrazó tiernamente a Francisca y acarició también la cabeza de su hijo. La vida al fin, le sonreía.

lunes, 25 de mayo de 2015

AMOR, LUCHA Y RENDICIÓN (Parte 11)



Los primeros rayos de sol se colaron por la ventana de la habitación, obligándole a desperezarse. Notó un ligero peso sobre su pecho, acompañado de una acompasada y relajada respiración, y no pudo sino esbozar una sonrisa. Francisca. Su pequeña. ¡Cuántos sinsabores habían tenido que pasar para volver a estar juntos!

Aún no podía creer que en cuestión de semanas, su vida hubiese dado un vuelco tan grande. El destino suele ser caprichoso, pensó. Un buen día te arranca de las manos lo que más quieres, para devolvértelo después, cuando casi habías perdido la esperanza.

Ladeó ligeramente la cabeza. Sintió que el alma se le deshacía por dentro solo por el simple hecho de verla dormir. Tocó delicadamente la piel de su cuello, percibiendo su calor y su, de pronto, acelerado latir. Despertando en ella a la vez miles de escalofríos. Francisca comenzó a sonreír en sueños, y fue cuando para él se detuvo el mundo. ¡Cómo podía despertarle esa pasión desenfrenada con un simple gesto! Desde el primer momento en que la conoció, supo que esa condenada mujer iba a ser su tortura. Suspiró feliz. En realidad, Francisca era mucho más que eso. Ella era toda su vida.

Francisca se removió entre sus brazos, y él se sintió como un ladrón por querer robarle su sueño. Quería despertarla. Anhelaba sentir sus besos, su cuerpo. Se moría por hacerle el amor. Se movió ligeramente, pero aquello fue lo suficiente para poder colocarse sobre ella. Besó su frente, sus ojos, sus mejillas. Recorrió con sus labios el contorno de su rostro. Francisca abrió muy despacio los ojos para perderse en la profundidad de aquella mirada cargada de amor que tenía frente a ella. Atajó lo centímetros que le separaban de él, buscando el manantial de su boca. Estaba demasiado sedienta de Raimundo. Sus bocas se unieron en un beso infinito mientras sus lenguas danzaban, enredándose entre sí. Absorbiendo su esencia. Sin prisas, deleitándose. Saboreándose.

Las manos de Raimundo se enredaron en su pelo, atrayéndola más hacia él. La dulzura del comienzo fue diluyéndose como la espuma, dando paso a la fiebre de la pasión. Siempre había ocurrido de igual manera entre ellos. Su amor les consumía. Esa locura terminaría por matarlos, más aquello poco le importaba. No podía concebir mejor final que en brazos del ser amado.

Descendió de nuevo hasta el cuello de Francisca para ascender otra vez sobre él, llegando hasta el lóbulo de su oreja, dejando a su paso un reguero de besos que hizo que ella se estremeciera de arriba abajo.

La cabeza comenzó a darle vueltas cuando Raimundo se incorporó y empezó a quitarse la ropa. Su pecho desnudo quedó ante ella, mientras él solo pudo sentir sus manos ascendiendo desde su ombligo hasta los hombros, robándole miles de escalofríos ante la caricia.

- Francisca… -, susurró.

Buscó su boca mientras sus manos se colaban sin permiso por detrás de su espalda, desabrochando uno a uno los botones del vestido, que en cuestión de segundos, se unió en el suelo al resto de su ropa. Francisca no pudo evitar un gemido cuando sus cuerpos desnudos entraron en contacto al estrecharla Raimundo entre sus brazos.

El éxtasis les alcanzó como un rayo. Fulminándoles. Uniendo sus almas para toda la eternidad. Raimundo se derrumbó apaciblemente sobre ella, haciéndole sentir dichosa tan solo por apreciar la calidez del contacto de su piel con la suya. Tras unos minutos, Raimundo la miró sonriendo.

- Creo que voy a morir por esto… -, le dijo, besando agotado su frente. – ¡Los años no perdonan! -, sonrió. - Y eso que debes reconocerme que cada vez nos sale mejor… –, añadió mientras arqueaba arrogante su ceja izquierda.

Francisca dejó salir la risa por su garganta en una carcajada que hizo que su cuerpo temblara por dentro.

– Tu arrogancia no tiene límites, tabernero -, le respondió.

Raimundo sonrió.

– Es cierto. Mi arrogancia casi alcanza a la tuya, amor mío… -, añadió mientras rozaba sus labios con los de ella. Besándolos con calma. - Francisca -, la llamó de pronto, mudando el semblante. - No podemos seguir así… -.

Ella contuvo la respiración. – ¿A qué te refieres exactamente? -. Sin saber muy bien explicar el por qué, tenía temor ante su posible respuesta.

Raimundo se giró hasta quedar tumbado a su lado. Ladeó la cabeza y la miró lleno de amor.

- Creo que ya va siendo hora de que el mundo se entere de manera oficial que eres mía y que yo soy tuyo.- Se incorporó apoyándose en un codo, al tiempo que tomaba su mano. - Francisca Montenegro… ¿Quieres casarte conmigo? -.

Francisca le miró sorprendida. – ¿De veras…? -, titubeó. - ¿De veras deseas casarte conmigo Raimundo? ¿A pesar…-, tragó saliva. –… a pesar de todo lo que te he hecho penar? -.

Raimundo sonrió con indulgencia. - Ambos nos hicimos daño a lo largo de los años, no lo olvides. Sé que yo también te herí, pero no he querido hacer otra cosa que pasar mis días a tu lado desde que tenía 17 años, mi vida - . Besó sus manos. – Además podemos estar compensándonos por todos estos sinsabores lo que nos quede de vida –, le sugirió arqueando de manera sensual una ceja. Ella rio ante su ocurrencia. – Por favor Francisca -, le suplicó. - Concédeme el placer de poder envejecer a tu lado -.

Francisca se abalanzó sobre él besándole ansiosa. Raimundo agarró su nuca devolviéndole a su vez el beso.

- ¿He de tomar eso como un sí? -, le preguntó cuando al  fin consiguieron separarse.

Francisca sonrió ante su pregunta. – Por supuesto que sí…- se acercó hasta sus labios. -…mi amor… -.

Rodaron abrazados por la cama, sin poder parar de reír y de dedicarse carantoñas y arrumacos. De pronto, Francisca cayó en la cuenta de que se había marchado de su casa en plena noche. Sus hijos estarían preocupados por ella.

- ¡Dios mío! -, exclamó. - Raimundo, he de irme inmediatamente -. Se levantó de la cama y comenzó a recoger toda su ropa del suelo. – Tristán y Soledad estarán preocupados preguntándose dónde me he metido -.

Raimundo se levantó abrazándola por detrás y besando delicadamente su cuello. – ¿Qué te parece si vamos juntos, amor? -. Francisca se volvió en sus brazos, y le abrazó por la cintura. – Además… - Prosiguió. – Tenemos una conversación pendiente con Tristán -. Al tocar ese tema, no pudo evitar fruncir el ceño con preocupación. – Temo que no acepte la idea de que yo sea su verdadero padre -.

- Lo hará Raimundo –, le animó ella mientras le abrazaba. – Salvador siempre fue muy cruel con él. Yo… -. Le costaba recordar. -… yo me interpuse en el camino de muchas de las  palizas que iban dirigidas hacia Tristán -. Raimundo sintió que la sangre le hervía de furia al escucharla. – Nuestro hijo nunca le sintió como su padre. Además…- Vio como Raimundo agachaba su mirada. Ella tomó sus manos. – Mírame Raimundo – Él obedeció. – Tristán siempre deseó que tú fueses su verdadero padre -. Se giró mientras recordaba el pasado con pesar. – Incontables fueron las ocasiones en que me dijo que envidiaba a Sebastián porque tenía algo de lo que él carecía -. Le miró de nuevo con los ojos llenos de lágrimas. – Un padre como tú -.

Raimundo la estrechó entre sus brazos, preso del miedo al rechazo de su hijo a pesar de las palabras de Francisca.

– Él te querrá tanto como yo lo hago Raimundo –, susurró junto a su cuello.

- Dímelo otra vez mi vida -, le pidió aferrándola con fuerza. – No dejes nunca de repetírmelo -.

-Te amo Raimundo -. Besó la comisura de sus labios. – Te amo…-.

…………

Abandonaron de la Casa de Comidas, dejando atrás a una maravillada Emilia, a la que acababan de hacer partícipe de la gran noticia. La muchacha no pudo evitar sonreír mientras les veía alejarse agarrados de la mano como dos chiquillos enamorados. Parecía que el amor había regresado a la vida de su padre, y esta vez, para quedarse.