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lunes, 12 de octubre de 2015

ENVENÉNAME DE AMOR (Final)

Abandonó la casona tratando de escapar del acoso al que Fulgencio le estaba sometiendo; del victimismo y condescendencia de la esposa de éste, que llegaba a crispar sus nervios. Pero sobre todo, deseaba encontrar ese ansiado momento de soledad, ajena a miradas indiscretas e interrogantes, en el que pudiese descargar su rabia.

Aquella misma mañana, una de sus doncellas había regresado a la Casona para cumplir sus obligaciones con ella tras haber estado colaborando en el cuidado de los enfermos. Disimulando su interés, indagó sobre el estado de Raimundo. Aunque podía considerarse infantil esa actitud dado que estuvo a su vera durante toda la enfermedad y a la vista de todos, entre ellos aquella joven. Lo que no pudo fingir fue la decepción que se apoderó de ella cuando la muchacha le informó de que Raimundo hacía ya un par de días que estaba de vuelta en casa, completamente restablecido del envenenamiento.

Abrió las puertas de las cuadras cuando se dio cuenta de que sus pasos le habían llevado hasta allí. ¡Qué importaba el lugar mientras pudiese estar a solas y pensar...!

Dos días. Raimundo había tenido dos días para dar señales de vida y presentarse ante ella, y no lo había hecho. Se sentía como una estúpida por haber esperado demasiado de él. Sin embargo, tampoco podía culparle, pues ella misma había desaparecido del Jaral sin apenas despedirse de nadie. Lo que había quedado constatado es que él no recordaba nada de lo que había ocurrido entre ellos. El problema radicaba en que ella sí lo recordaba todo. Cada palabra que habían pronunciado sus labios mientras estaba preso de las fiebres. Mientras sentía que la vida se le escapaba entre los dedos. Su boca en la suya. Su piel...

- ¡Maldita sea! -, musitó. Odiaba aceptar que lo vivido solo había quedado grabado en su mente. Su mirada se enturbió al caer en la cuenta de que Raimundo podía no haber olvidado nada, sino que simplemente, no deseaba estar junto a ella nunca más. Ahora sí que estaba furiosa. Arreó un fuerte puntapié a un fardo de heno que había allí cerca.

El dolor le traspasó hasta los huesos, maldiciendo en alto su desgracia.

- Compadezco a ese fardo por aquello que haya podido hacer para despertar tu ira de esa manera -.

Francisca escuchó su voz. Quiso girarse tan rápidamente, que trastabilló y cayó sin poder evitarlo, dando con sus reales posaderas en el suelo. Raimundo escondió una sonrisa e hizo intención de acercarse para prestarle auxilio, más no había dado apenas dos pasos cuando Francisca se había puesto de nuevo en pie con toda la dignidad con la que fue posible.

- ¿Qué haces aquí? -, le preguntó con una media sonrisa.

Ella frunció el ceño. - Necesitaba salir de la casona y alejarme un tiempo de mis primos -. Meneó la cabeza. - Un momento, ¿por qué he de darte explicaciones? ¿No crees que sería más conveniente que me dijeras qué haces tú aquí? -. Recorrió su imagen con un brillo especial en los ojos. - Veo que te encuentras perfectamente restablecido -.

Raimundo ignoró sus palabras. - ¿Huyendo, quizá? -, le preguntó entrecerrando los ojos. - Parece ser que en los últimos tiempos, es tu pasatiempo favorito -.

Francisca empalideció. - ¿Qué quieres decir? -.

Él ladeó la cabeza y la miró burlón. - ¿He de decírtelo? Te fuiste sin más del Jaral. Ni una palabra, ni un simple adiós. Huyendo... siempre huyendo, Francisca -.

- ¿Cómo te atreves? ¿Con qué derecho...? -.

- Y ¿cómo se encuentra Mauricio? -, le interrumpió Raimundo, hablándole tan pausadamente que solo consiguió aturdirla aún más. - Confío en que esté igual de restablecido que el resto -.

- Lo está -, respondió Francisca altiva. - Agradezco tu interés... Y si no deseas nada más me retiro. Buscaba un momento de paz y tranquilidad, no que vinieras tú también a desestabilizar mis nervios -.

- Me alegro sinceramente por él -, prosiguió Raimundo. Imagino que ha recibido los mejores cuidados durante su convalecencia -. La miró. - Aunque... -, dejó caer el sombrero y avanzó despacio hasta ella. Hasta quedar a su vera, a escasos centímetros. -... seguro que no fueron tan buenos como los míos... -.

Francisca se estremeció con sus palabras y la intensidad de su mirada. Con su cercanía. Había pasado tanto miedo creyendo que le perdía... Encontró en sus ojos el mismo brillo que advirtió en días pasados, cuando las palabras de amor brotaban a borbotones de su corazón. Y no tuvo ninguna duda.

- Qué demonios... -, murmuró antes de acortar la distancia que los mantenía separados, tomando sus rostro entre sus manos.

Atrapó sus labios entre los suyos, tomándolos sin permiso. Sin anunciarse siquiera. Ambos se sonrieron antes de comenzar a devorarse de nuevo. Amándose, igual que si no hubiera un mañana. Cayendo abrazados uno en brazos del otro.

- ¿Por qué te fuiste? -, musitó Raimundo junto a su oído. - Por un momento creí que te había soñado... -.

Francisca sonrió entre lágrimas. - Por eso mismo me fui. Por miedo a que despertases creyendo que nadía había ocurrido -, movió los labios por su mejilla. - Por miedo a tener que regresar a una vida sin ti, cargada solamente de recuerdos -.

Raimundo buscó sus labios, besándolos con infinita ternura. - ¿Cuándo vas a dejar de vivir con miedo y aceptar que te amo, que me amas, y que nada más importa? -. Volvió a besarla. - ¿No hemos perdido ya demasiado tiempo y demasiada vida fingiendo que nos odiamos? -.

- Pero...-, quiso rebatir ella, sin embargo no se lo permitió.

- Pero nada -, le dijo. - Estoy aquí y no pienso moverme de tu lado aunque intentes echarme a patadas -.

Francisca sonrió. - Jamás lo haría -, respondió. - Y ahora... ¿no vas a besarme? -.

Raimundo arqueó una ceja. - Haré mucho más que eso, amor -.

Pillándola de improviso, la tomó en brazos besándola con suavidad. Avanzó hasta un montón de paja y la depositó allí con cuidado. Francisca acarició su rostro. - Aún no estás restablecido, Raimundo -, murmuró.

- Eso es lo que tú te crees -, le respondió.

Descendió sobre ella adueñándose de su boca. Se besaron como dos desesperados mientras sus lenguas se unían en dura y placentera batalla. Tan solo abandonó sus labios para deslizar los suyos por su mentón, su cuello... hasta enterrarlos en el hueco de su clavícula. Francisca se dejaba hacer, completamente rendida a las caricias y besos de Raimundo. Sus manos buscaron los primeros botones de su camisa, desabotonándolos uno a uno con tortuosa lentitud.

Regresó a su boca, gimiendo de placer cuando al fin sintió las manos de Francisca sobre su piel.

- Te quiero tanto... -, le confesó antes de atrapar entre sus dientes los labios de Raimundo. Mordisqueándolos a placer mientras sus manos le despojaban de la camisa. Aferrándose a su espalda, acariciando con la yema de sus dedos.

Él no perdió el tiempo, y fue abriéndose paso entre la blusa primero. La falda, corrió la misma suerte después, hasta que quedó completamente desnuda a sus ojos. Se apartó el tiempo necesario para despojarse él mismo de los pantalones y regresó a su lado, atacando su boca con deleite.

Francisca enredó sus piernas en torno a su cintura, y jadeó cuando sus cuerpos se unieron íntimamente. Se miraron a los ojos, acostumbrándose de nuevo el uno al otro, sintiéndose antes de que todo comenzase de nuevo. Se movieron al unísono, a cada instante con más intensidad, aferrándose al otro para convertirse en uno. Un torbellino de placer se apoderó de ellos, arrancándoles un grito que ahogaron en la boca del otro.

Raimundo reposó su frente sobre la de ella, acariciando su cabello tiernamente.

- Eres el único veneno en el que deseo morir, Francisca -. La miró. - Te quiero. Hoy y siempre. Hasta el fin de mis días -.

10 comentarios:

  1. Y depués de esto...¡matadme!
    Ay Dios, qué haría sin estos relatos! Gracias ♡

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  2. Broche de oro... ¡gracias!

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  3. Que sepas que si no he comentado antes es por que he esperado a que estuviera completa toda la historia para leerla, esperar cada capítulo con la ansiedad del "qué pasará" es demasiado para mi pobre corazón.
    Que te voy a decir que ya no sepas. Que menuda historia te has marcado y que bonito homenaje a ese Mauricio que es un amigo de verdad, de los que a las malas nunca fallan. y que sigas así, escritora, que eres muy grande.

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