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lunes, 10 de agosto de 2015

BESO EQUIVOCADO (Parte 3)



Raimundo bufó furioso. - ¿A mi? Ninguna salvo tener que cruzarme contigo esta mañana -.

Francisca tuvo que morderse la lengua para templar sus nervios.

- ¿He de recordarte que has sido tú precisamente el que ha detenido mi camino? De ser por mí ni siquiera hubiera cruzado palabra contigo -.

Aquello le golpeó de lleno en la cara. Tenía razón y eso dolía. Si él no hubiese caído en la provocación de Mauricio, ahora mismo no estaría hablando con Francisca. Se quedó en silencio mirándola fijamente. Le pareció que era la primera vez que la miraba realmente en muchos años. Percibió pequeños surcos en su rostro, pero este permanecía igual de hermoso que el primer día que la conoció. Sus ojos, sin embargo, reflejaban una inmensa tristeza. Tanta, que sintió que le estallaba el corazón en pedazos. Su aspecto le pareció más desvalido y frágil que nunca. ¿Cómo no lo había visto antes?

Francisca se dio cuenta de su escrutinio y del silencio que se había instalado entre ellos.

- ¿Por qué me estás mirando tan fijamente? -. Le preguntó algo turbada.

- Pareces cansada… -, musitó. - Y triste, que es lo que más me sorprende -.

Francisca se sorprendió ante su respuesta.

- ¿Triste y cansada? -, disimuló con orgullo el efecto que le causaron sus palabras. - Más bien hastiada, teniendo que soportar tus impertinencias cada vez que tienes oportunidad…-. Se quedó en silencio durante varios segundos antes de proseguir su charla. - Afortunadamente aún tengo a gente a mi lado que logra hacer mis días mucho más llevaderos -.

Su afirmación no hizo sino recordarle el momento que presenció ayer mismo. Y también el que había vivido esa mañana en la plaza. Y la sangre volvió a hervirle en las venas despertando sus irracionales celos. Sí, estaba celoso de Mauricio. Celoso porque ella le había besado. Celoso porque ella le había sonreído.

Celoso porque parecía ocupar el lugar que solo le correspondía a él en el corazón de Francisca.

- ¡Oh, sí! Mauricio por ejemplo, ¿no es cierto? -. Le habló furioso.

Ella le miró con el ceño fruncido, extrañada por su repentino cambio de comportamiento.

- Pues sí -, respondió. - Mauricio está a mi lado siempre que le necesito. Algo que no pude decir de ti -.

Se le quebró la voz al recordar. ¿Por qué se empeñaban en seguir haciéndose daño? En su caso, se trataba de un mecanismo de defensa que le permitía esconder el profundo amor que aún sentía por él. Pero ¿en el caso de Raimundo? ¿A qué podía deberse, más que al odio y al desprecio que sentía por ella?

Débil como aún estaba tras el cúmulo de sentimientos que habían aflorado en ella desde el día anterior, pero tratando de mantener a duras penas la compostura, no se dio cuenta de que una lágrima caía por su mejilla.

Raimundo se quedó horrorizado ante aquella muestra de debilidad en Francisca. Realmente estaba más afectada por aquella situación entre ellos de lo que realmente pensó en un principio. Se maldijo por su estúpido comportamiento. Por culpa de su actitud celosa e infantil le estaba ocasionando una pena aún mayor.

Alzó su mano dispuesto a atrapar aquella lágrima entre sus dedos. Aunque tal vez, en el fondo, solo deseaba sentir el tacto de su piel una vez más.

- No lo hagas Ulloa… -, le amenazó Francisca no demasiado convincente. En su estado anímico actual no sería capaz de soportar una muestra de afecto tal por su parte, sin derrumbarse ante él. Estaba segura de que sucumbiría.

Pero Raimundo no la escuchaba. - ¿Por qué no, Francisca? -, susurró.

Estaba perdido en el mar de sus ojos negros. En la curvatura de sus carnosos labios. Y en el latente deseo que palpitaba en su interior. No podía pensar en nada que no fuera beber de su boca.

Atrapó aquella lágrima antes de deslizar su mano por su mejilla. Bajando por su cuello, su brazo… hasta llegar a su mano, entrelazándola con la suya y tirando de ella suavemente hasta el interior de la posada. Sin dejar de mirarle a los ojos.

- Raimundo…no… -. Se intentaba negar ella.

Sin embargo, no opuso resistencia cuando él la arrastró hasta el interior. ¡No podía! Era como si su cuerpo no le respondiera y se hubiera convertido en una marioneta que Raimundo movía a su antojo. Tampoco se negó cuando con delicadeza, la apoyó contra una de las columnas de la posada. En realidad, había soñado con este momento demasiado tiempo. Aunque no por ello dejó de estar asustada ante lo que pudiera pasar. Ante el sentido que tendría todo aquello para él. ¿Sería sincero o simplemente se trataría de una cruel forma de jugar con ella?

- Mi cielo… -, murmuró Raimundo antes de atrapar entre sus dientes el labio inferior de Francisca.  

Su boca se abrió como una flor en primavera, exhalando un profundo suspiro. Momento que él aprovechó para introducir su lengua y acorralar a la de Francisca hasta que finalmente se unió con ella en un baile desesperado. Las manos de ambos no alcanzaban a tocarse y acariciarse como les hubiese gustado. Estaban tan desesperados por sentirse de nuevo que no parecían estar lo suficientemente juntos.

Las manos de Raimundo se deslizaron por su espalda hasta llegar a sus muslos, alzándola levemente hasta que se tocaron más íntimamente. Ambos gimieron ante el contacto, mirándose intensamente a los ojos antes de devorarse la boca como hambrientos.

Estaban a punto de perder el control allí mismo, pero Francisca fue consciente de ello y entró en pánico. Cualquiera que pasara en ese momento por allí podría descubrirlos en aquella situación tan embarazosa, y se vería obligada a tener que dar explicaciones a todo el mundo.

Además, Mauricio estaría a punto de aparecer por allí. Ya hacía tiempo que había marchado para el colmado y era cuestión de pocos minutos que se presentara allí buscándola, y los sorprendiera de aquella guisa.

Por eso apoyó las manos sobre el pecho de Raimundo y empujó levemente. Él interrumpió el beso, aturdido por la interrupción.

- ¿Qué ocurre, amor…? -, besó con brevedad de nuevo sus labios. Estaba tan deseoso de hacerla suya en ese mismo instante que no podía pensar en nada más, salvo en maldecirse por haber desperdiciado tanto tiempo en no estar a su lado. - Te deseo tanto, te necesito tanto… -. Gimió antes de enterrar sus labios en el cuello de Francisca, mordisqueando su piel.

Ella sonrió cerrando los ojos. - Detente Raimundo. Mauricio está a punto de… -.

No le dio tiempo a continuar más. Cuando escuchó el nombre del capataz, Raimundo se apartó como un rayo de ella. Había vuelto a ser un completo estúpido. Se había dejado enredar de nuevo por la telaraña de Francisca hasta quedar atrapado en ella. Olvidando todo lo que había sucedido entre ellos. Todo lo que él mismo vio con sus propios ojos en la Casona.

Mauricio. La furia y los celos, sumados al deseo frustrado se apoderaron de él. Francisca sin embargo, le miraba sin entender. ¿A qué ese cambio en su actitud? ¿Por qué se mostraba esquivo y hasta enfadado con ella, cuando segundos antes estaba besando sus labios?

Se acercó a él y lo llamó. - Raimundo… -.

- No te atrevas a tocarme, Francisca -, la miró enfadado. - ¿Hoy era yo tu juguete? Ayer con él, hoy conmigo… -. Cada palabra que salía por su boca destilaba desprecio y se clavaba en ella como un puñal. - Eres de lo peor que he tenido la desgracia de conocer -.

La mano de Francisca se estampó en su cara en una sonora bofetada. Él la miró a los ojos, con el corazón destrozado y el monstruo de los celos arañando su pecho. Vio lágrimas y dolor en ella, pero no se dejó engañar por sus mentiras. Él sabía muy bien lo que había visto. Y solo recordarlo le mataba lentamente.

Francisca salió corriendo hasta la plaza, chocando prácticamente con Mauricio que regresaba con el pedido.

- Señora, pero ¿qué? -.

- Llévame a casa, Mauricio. Sácame de aquí -.

6 comentarios:

  1. Que maravilla! ! ! Sigue pronto.....deseo ver lo que va a pasar !!!!

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  2. Gracias, gracias, por siempre gracias Ruth

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  3. Ay los celos, que malos son. Me encanta, sigue pronto.

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