Raimundo bufó furioso. - ¿A mi? Ninguna salvo tener que
cruzarme contigo esta mañana -.
Francisca tuvo que morderse la lengua para templar sus
nervios.
- ¿He de recordarte que has sido tú precisamente
el que ha detenido mi camino? De ser por mí ni siquiera hubiera cruzado palabra
contigo -.
Aquello le golpeó de lleno en la cara. Tenía razón y eso
dolía. Si él no hubiese caído en la provocación de Mauricio, ahora mismo no
estaría hablando con Francisca. Se quedó en silencio mirándola fijamente. Le
pareció que era la primera vez que la miraba realmente en muchos años. Percibió
pequeños surcos en su rostro, pero este permanecía igual de hermoso que el
primer día que la conoció. Sus ojos, sin embargo, reflejaban una inmensa tristeza.
Tanta, que sintió que le estallaba el corazón en pedazos. Su aspecto le pareció
más desvalido y frágil que nunca. ¿Cómo no lo había visto antes?
Francisca se dio cuenta de su escrutinio y del silencio que
se había instalado entre ellos.
- ¿Por qué me estás mirando tan fijamente? -. Le preguntó algo
turbada.
- Pareces cansada… -, musitó. - Y triste, que es lo que más me
sorprende -.
Francisca se sorprendió ante su respuesta.
- ¿Triste y cansada? -, disimuló con orgullo el efecto que le
causaron sus palabras. - Más bien hastiada, teniendo que soportar tus
impertinencias cada vez que tienes oportunidad…-. Se quedó en silencio durante
varios segundos antes de proseguir su charla. - Afortunadamente aún tengo a
gente a mi lado que logra hacer mis días mucho más llevaderos -.
Su afirmación no hizo sino recordarle el momento que
presenció ayer mismo. Y también el que había vivido esa mañana en la plaza. Y
la sangre volvió a hervirle en las venas despertando sus irracionales celos.
Sí, estaba celoso de Mauricio. Celoso porque ella le había besado. Celoso
porque ella le había sonreído.
Celoso porque parecía ocupar el lugar que solo le correspondía
a él en el corazón de Francisca.
- ¡Oh, sí! Mauricio por ejemplo, ¿no es cierto? -. Le habló
furioso.
Ella le miró con el ceño fruncido, extrañada por su repentino
cambio de comportamiento.
- Pues sí -, respondió. - Mauricio está a mi lado siempre que le necesito.
Algo que no pude decir de ti -.
Se le quebró la voz al recordar. ¿Por qué se empeñaban en
seguir haciéndose daño? En su caso, se trataba de un mecanismo de defensa que
le permitía esconder el profundo amor que aún sentía por él. Pero ¿en el caso
de Raimundo? ¿A qué podía deberse, más que al odio y al desprecio que sentía
por ella?
Débil como aún estaba tras el cúmulo de sentimientos que
habían aflorado en ella desde el día anterior, pero tratando de mantener a
duras penas la compostura, no se dio cuenta de que una lágrima caía por su
mejilla.
Raimundo se quedó horrorizado ante aquella muestra de
debilidad en Francisca. Realmente estaba más afectada por aquella situación
entre ellos de lo que realmente pensó en un principio. Se maldijo por su
estúpido comportamiento. Por culpa de su actitud celosa e infantil le estaba
ocasionando una pena aún mayor.
Alzó su mano dispuesto a atrapar aquella lágrima entre sus
dedos. Aunque tal vez, en el fondo, solo deseaba sentir el tacto de su piel una
vez más.
- No lo hagas Ulloa… -, le amenazó Francisca no demasiado
convincente. En su estado anímico actual no sería capaz de soportar una muestra
de afecto tal por su parte, sin derrumbarse ante él. Estaba segura de que
sucumbiría.
Pero Raimundo no la escuchaba. - ¿Por qué no, Francisca? -,
susurró.
Estaba perdido en el mar de sus ojos negros. En la curvatura
de sus carnosos labios. Y en el latente deseo que palpitaba en su interior. No
podía pensar en nada que no fuera beber de su boca.
Atrapó aquella lágrima antes de deslizar su mano por su
mejilla. Bajando por su cuello, su brazo… hasta llegar a su mano,
entrelazándola con la suya y tirando de ella suavemente hasta el interior de la
posada. Sin dejar de mirarle a los ojos.
- Raimundo…no… -. Se intentaba negar ella.
Sin embargo, no opuso resistencia cuando él la arrastró hasta
el interior. ¡No podía! Era como si su cuerpo no le respondiera y se hubiera
convertido en una marioneta que Raimundo movía a su antojo. Tampoco se negó cuando
con delicadeza, la apoyó contra una de las columnas de la posada. En realidad,
había soñado con este momento demasiado tiempo. Aunque no por ello dejó de
estar asustada ante lo que pudiera pasar. Ante el sentido que tendría todo
aquello para él. ¿Sería sincero o simplemente se trataría de una cruel forma de
jugar con ella?
- Mi cielo… -, murmuró Raimundo antes de atrapar entre sus
dientes el labio inferior de Francisca.
Su boca se abrió como una flor en primavera, exhalando un
profundo suspiro. Momento que él aprovechó para introducir su lengua y acorralar
a la de Francisca hasta que finalmente se unió con ella en un baile
desesperado. Las manos de ambos no alcanzaban a tocarse y acariciarse como les
hubiese gustado. Estaban tan desesperados por sentirse de nuevo que no parecían
estar lo suficientemente juntos.
Las manos de Raimundo se deslizaron por su espalda hasta
llegar a sus muslos, alzándola levemente hasta que se tocaron más íntimamente.
Ambos gimieron ante el contacto, mirándose intensamente a los ojos antes de
devorarse la boca como hambrientos.
Estaban a punto de perder el control allí mismo, pero Francisca
fue consciente de ello y entró en pánico. Cualquiera que pasara en ese momento
por allí podría descubrirlos en aquella situación tan embarazosa, y se vería
obligada a tener que dar explicaciones a todo el mundo.
Además, Mauricio estaría a punto de aparecer por allí. Ya
hacía tiempo que había marchado para el colmado y era cuestión de pocos minutos
que se presentara allí buscándola, y los sorprendiera de aquella guisa.
Por eso apoyó las manos sobre el pecho de Raimundo y empujó
levemente. Él interrumpió el beso, aturdido por la interrupción.
- ¿Qué ocurre, amor…? -, besó con brevedad de nuevo sus
labios. Estaba tan deseoso de hacerla suya en ese mismo instante que no podía
pensar en nada más, salvo en maldecirse por haber desperdiciado tanto tiempo en
no estar a su lado. - Te deseo tanto, te necesito tanto… -. Gimió antes de
enterrar sus labios en el cuello de Francisca, mordisqueando su piel.
Ella sonrió cerrando los ojos. - Detente Raimundo. Mauricio
está a punto de… -.
No le dio tiempo a continuar más. Cuando escuchó el nombre
del capataz, Raimundo se apartó como un rayo de ella. Había vuelto a ser un
completo estúpido. Se había dejado enredar de nuevo por la telaraña de
Francisca hasta quedar atrapado en ella. Olvidando todo lo que había sucedido
entre ellos. Todo lo que él mismo vio con sus propios ojos en la Casona.
Mauricio. La furia y los celos, sumados al deseo frustrado se
apoderaron de él. Francisca sin embargo, le miraba sin entender. ¿A qué ese
cambio en su actitud? ¿Por qué se mostraba esquivo y hasta enfadado con ella,
cuando segundos antes estaba besando sus labios?
Se acercó a él y lo llamó. - Raimundo… -.
- No te atrevas a tocarme, Francisca -, la miró enfadado. -
¿Hoy era yo tu juguete? Ayer con él, hoy conmigo… -. Cada palabra que salía por
su boca destilaba desprecio y se clavaba en ella como un puñal. - Eres de lo
peor que he tenido la desgracia de conocer -.
La mano de Francisca se estampó en su cara en una sonora
bofetada. Él la miró a los ojos, con el corazón destrozado y el monstruo de los
celos arañando su pecho. Vio lágrimas y dolor en ella, pero no se dejó engañar
por sus mentiras. Él sabía muy bien lo que había visto. Y solo recordarlo le
mataba lentamente.
Francisca salió corriendo hasta la plaza, chocando
prácticamente con Mauricio que regresaba con el pedido.
- Señora, pero ¿qué? -.
- Llévame a casa, Mauricio. Sácame de aquí -.
Que maravilla! ! ! Sigue pronto.....deseo ver lo que va a pasar !!!!
ResponderEliminar¡Muchas gracias por seguir la historia!
EliminarGracias, gracias, por siempre gracias Ruth
ResponderEliminarGracias siempre a vosotras por seguirme!
EliminarAy los celos, que malos son. Me encanta, sigue pronto.
ResponderEliminar¡Gracias! Muy pronto el siguiente capítulo
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