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viernes, 12 de junio de 2015

REENCUENTROS



Aquello distaba mucho de ser planeado, pero sólo podía calificarse como perfecto. Permanecía anclada a sus brazos, como si la sola idea de apartarse de él supusiera perderse a la deriva, lejos de una pasión ya olvidada y que le estaba abrasando las entrañas. No cuestionó en ningún momento los motivos que habían impulsado a Raimundo a presentarse de aquella manera intempestiva en su casa. Simplemente, una vez más, se había dejado llevar por entero. Se había entregado como solo una mujer enamorada podría hacerlo. Quizá por eso, por hallarse inmersa en ese deseo desbocado que él había despertado en su interior, que no advirtió que sus brazos ya no le asían con la misma firmeza. Que sus besos habían ido decayendo en intensidad.

Y fue precisamente cuando sintió el aliento cálido de su boca sobre su mejilla, cuando comprendió que algo no iba bien.

- ¿Qué te ocurre? -, le preguntó aún jadeante.

- Esto es un error, Francisca -, fue su única respuesta.
Error. Que Raimundo considerase como un error lo que ella había apreciado como delicioso, provocó una fisura en su ya maltrecho corazón. A pesar de ello, no dejó que la decepción se vislumbrase en su semblante.

- Lo es... -, musitó acariciando su mentón. - Pero ha sucedido -. Añadió sonriendo, sin embargo. ¿A qué arrepentirse de que sucediese lo que estaba predestinado a ser? Ella no lo había buscado, y sin embargo, ahí estaba. En sus brazos. Y no pensaba renunciar a ellos. - Decidiste abandonarte a la locura... gocemos de ella -.

- Si por mí fuera, te seguiría hasta el infierno con tal de gozar de tu abrazo, pero... -.

Una nueva grieta amenazaba con volver a romper su corazón. Comprendía que él se debatía entre sus sentimientos y lo que se suponía que debía hacer para no dañar a los que más quería. Y ante esa disyuntiva, ella sabía que tendría las de perder, que volvería a ser la despreciada, pues Raimundo no dudaría sobre qué elegir.
Cerró los ojos y acarició su rostro, ansiando disfrutar lo que podían ser los últimos segundos a su lado. Rozó su sien con los labios, aspirando su aroma.

- Maldita memoria... -.

Ahora fue ella la que se apartó, herida por aquella afirmación lanzada al aire. - ¿Qué quieres decir? -.

Raimundo se mostró desconcertado ante su reacción, y durante unos segundos que se volvieron incómodos, no supo qué responder de tan evidente que le resultaban sus palabras.

- Existe demasiado dolor en nuestra historia como para que pueda pasarse por alto, ¿o acaso no lo crees tú también, Francisca? -.

Ella dio un paso atrás. - ¿Y qué me dices del amor que nos profesamos, que parece ser que está por encima de ese dolor del que hablas? -. Se vislumbraba la decepción en sus palabras. - ¿También ha de pasarse por alto? -.

Raimundo apartó la mirada. A fin de cuentas, llevaba obviando sus sentimientos casi desde que podía recordar. - Entiendes perfectamente lo que quiero decir, Francisca -, le respondió apretando los puños. - ¿Es que tú en mi lugar podrías olvidar el pasado? ¿el dolor infringido? -. Había alzado la voz mucho más de lo que hubiese deseado, más aún seguía luchando contra el deseo de gozar de ella como para controlar también el tono de su voz.

Ella asintió con la cabeza mientras se acercaba hasta la mesa de los licores, resuelta a servirse una copa de brandy que calmase su deseo frustrado. 

- Lo que entiendo Raimundo, es que una vez más antepones tu cobardía por encima de lo que sientes -. Se encaró a él con la copa en la mano. - ¿Me hablas tú de olvidar? -, le espetó. - ¿No estaba olvidando tu vil traición mientras me estrechabas entre tus brazos? ¿No estaba olvidando que fui secuestrada y torturada por tu propio hijo, mientras tus labios tomaban los míos? -. Dio un trago de la copa que llevaba entre las manos y volvió a darle la espalda. - A veces me empeño en recordar que los demás son conscientes de que yo también he sufrido... -. Musitó. - Por fortuna, a los pocos segundos me doy cuenta de cuán equivocada estoy -. Dejó la copa sobre la mesa. - Yo no te pedí que vinieras, Raimundo. Como tampoco pedí tus besos ni palabras de amor. Tienes razón... márchate por donde has venido y olvidemos una vez más -.

Esperó con una mezcla de resignación y dolor, un portazo que nunca llegó. Lo que sí pudo sentir, fue la calidez de Raimundo a su espalda, y sus manos bordeando su cintura.

- Lo siento... -, murmuró junto a su cabello.

- ¿Qué...? ¿Qué es lo que sientes? -, le respondió derritiéndose ante el calor de sus manos y el estremecimiento que aquello le había ocasionado. Los párpados comenzaron a pesarle como si dos enormes losas se hubiesen instalado sobre ellos. El aire se volvió denso y un jadeo escapó de su garganta cuando Raimundo fue girándola lentamente hacia él, volviendo a sentir sobre ella su aliento quemándole en los labios.

- ¿Y tú? -, pronunció junto a su boca. - ¿Qué es lo que sientes tú? -.

La respuesta quedaba reflejada en sus ojos por mucho que hubiese intentado ocultarla. Aquel brillo, sumado al intenso estremecimiento que recorrió su piel cuando Raimundo acarició sus caderas con los pulgares, terminaron por delatarla. ¿Cómo no reaccionar ante una sensación olvidada pero que había resistido el paso del tiempo, permaneciendo mansamente latente en su interior, esperando el momento preciso para volver a brotar?

Y aquel momento había llegado. Perdió toda capacidad de control y ni rastro quedaba de cordura en ella. Tan solo deseaba dejarse arrastrar por esa pasión desbocada sin pensar en las consecuencias. A pesar de ello, le costaba poner en palabras todo el torbellino de sensaciones que su cuerpo estaba gritando.

- Tranquila -. Él trató de calmarla. - Yo siento lo mismo que tú, Francisca -.

A medida que iba hablando, acortaba el espacio que los separaba. - Te quiero tanto, que el mundo podría acabarse en este instante si ello me permitiese volver a sentirte una vez más bajo mi piel -.

Francisca lanzó un jadeo que fue inmediatamente recogido entre los labios de Raimundo, que se apoderaron de los suyos con vehemencia. Arrasando como si de una lluvia torrencial se tratase. Calando hasta sus huesos. Empapándole el alma con su fuerza. Jamás había sentido un deseo semejante, ni siquiera en su juventud cuando descubrió lo que era la pasión enredada entre sus brazos. Aquel era un fuego que le había prendido en el rincón más oculto de su cuerpo y recorría sus venas como si fuera lava ardiente. Era un deseo maduro, experimentado. Sin las prisas de la adolescencia. Que cuidaba los detalles a pesar de la premura.

Las manos de Raimundo le hacían experimentar sacudidas que le llevaban a alcanzar cotas de placer indescriptibles. El sabor de su lengua buscando la suya, le enajenaba como nunca antes lo había hecho. Tuvo que aferrarse a las solapas de su chaqueta para no desfallecer.

- Te quiero... -, pudo farfullar a duras penas cuando él le concedió una tregua para recuperar aliento. Y aun así, continuó prodigándole besos y caricias por todo el rostro.

- No hay nadie más por la casa, ¿no es cierto? -, le preguntó de repente.

Aquello sí que no lo esperaba. Desconcertada, le miró sin comprender. - ¿Acaso quieres testigos que aplaudan tu comportamiento? -.

Raimundo le miró con una sensualidad que consiguió derretirle por dentro. Después, se apartó de ella dirigiéndose hasta la puerta. Cerrándola con absoluta parsimonia sin permitir que su mirada le abandonase en ningún momento.

Durante esos largos e intensos segundos, se sintió desnuda ante sus ojos. Un intenso rubor comenzó a teñir sus mejillas.

- Me preocupa que alguien pueda venir a molestarnos al escuchar lo que va a ocurrir en esta habitación, eso es todo -.

Francisca se tambaleó y dio un paso hacia atrás, buscando apoyo en la mesa. - ¿Cómo...? ¿Cómo dices? -, preguntó sin apenas resuello.

Raimundo suavizó su mirada sonriendo con indulgencia. Pero aquello solo duró unos segundos, el tiempo que necesitó para adivinar el deseo en los ojos de Francisca. Avanzó hasta ella, abrasándole con su mirada, provocándole con su acelerada respiración. Ella ahogó un gemido cuando al fin lo tuvo frente a sí.

Y solo pudo cerrar los ojos pesadamente, esperando unos labios que no terminaban de llegar. Aquello era una tortura, y saber que era capaz de transformarse en arcilla entre sus manos, era una sensación que no terminaba de complacerle. Aguantó la respiración al percibir que Raimundo se movía. Dio un respingo cuando sus manos le atraparon con firmeza por la cintura, y casi gritó de frustración, cuando él le hizo a un lado.

- Qué demonios.... ¿A qué se supone que estás juga...? -.

- Schhhh... -, la interrumpió Raimundo. - Siempre quise hacer esto -.

Aquella mezcla de diversión y anhelo en su voz, junto con el brillo travieso que adivinó en sus ojos, le descolocó por completo. Tuvo que presenciar como en cuestión de segundos, Raimundo arrasaba con todo lo que había sobre la mesa.

Cientos de papeles, documentos, incluso el teléfono, encontraron un lugar sobre la alfombra.

- Pero, ¿es que te has vuelto loco? -, le gritó.

- Sí -, afirmó Raimundo arrastrándole hasta su pecho y tomándole por las caderas. - Loco por ti. Un completo desquiciado capaz de seguirte al mismísimo infierno si fuera preciso -. Besó fugazmente sus labios. - Ahora sí -. La alzó hasta sentarla sobre la mesa. - Ahora eres toda mía -, musitó colocándose entre sus muslos.

Probó de nuevo su boca mientras sus manos se deslizaban por sus piernas, llevándose el vestido por el camino. Francisca le despojó de la chaqueta, y comenzó a deslizar las yemas de sus dedos por toda la espalda hasta llegar a su cuello. De ahí, a desabrochar el primer botón de su camisa, solo se sucedieron segundos. El calor de su piel le quemaba bajo las palmas de las manos cuando al fin pudo acariciarle a placer. Su calidez, el olor de su piel le hicieron gemir en medio del beso. Aquel dulce y embriagador sonido despertó aún más el deseo en Raimundo, que enmarcó su rostro aumentando la intensidad de su contacto.

Deslizó el vestido por sus hombros, y la acarició con la punta de los dedos. - Demasiados años soñando con este momento -.

Francisca le sonrió antes de volver a sumergirse en su boca. Se vieron arrojados a una pasión desenfrenada que inundó la atmósfera de jadeos y respiraciones entrecortadas. Casi sin darse apenas cuenta, completaron su unión. Una alianza de cuerpos y almas que casi les hizo perder la consciencia. Se movieron desesperados hasta que la calma volvió a reinar en aquel cuarto.

Raimundo se dejó caer sobre ella, y volvieron a besarse mientras trataban de recuperar el aliento. Ninguno de los dos sabía qué decir en aquel momento. Francisca sintió miedo de repente. Temor de que pasado ese instante tan íntimo, la realidad volviera a abrirse paso entre los dos. Él calmó sus dudas besando su frente. Incorporándose y llevándola con él.

- Te aseguro que la noche, acaba de comenzar -.

2 comentarios:

  1. Eso que siempre soñó hacer Raimundo es lo mismo que hemos soñado nosotros desde hace más de 1000 capítulos! Y es que esto debió ser esa escena del 1000, el cúmulo de de anhelos y sueños raipaquistas que Raimundo dejó tirados al huir como rata por tirante.
    Maravillos Ruth, como siempre, nos pones a soñar. Gracias

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